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Voto de antonalva:
8
Drama Una famosa actriz iraní recibe el video inquietante de una joven pidiendo su ayuda para escapar de su familia conservadora. Entonces pide a su amigo, el director de cine Jafar Panahi, que le ayude a entender si se trata de una manipulación. Juntos, emprenden camino hacia la aldea de la chica en las remotas montañas del Noroeste, donde las tradiciones ancestrales continúan rigiendo la vida local.

4 de diciembre de 2018
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perseverar no es sinónimo de vencer, pero al menos permite desentrañar todo aquello que el discurso oficial – ya sea político o religioso – mantiene al margen, tratándolo de acallar, censurar y reprimir. El inmovilismo empecinado es un vicio recurrente de las ideologías más rancias y caducas, más acostumbradas a prohibir, denunciar y condenar que a permitir que las personas se emancipen y hagan uso de su libre albedrío y se responsabilicen por sí mismas de sus éxitos y fracasos, alejadas de las convenciones y los atavismos recalcitrantes. Pero cuando se cree tener la exclusiva de la VERDAD – ya sea revelada o doctrinaria – resulta tentador obligar a todos a seguir la única senda posible: o sometido o apestado.

Por eso se agradece tanto la mirada lúcida del iraní Jafar Panahi, ya que explora la vida cotidiana bajo la teocracia de los ayatolás con su acostumbrado tono mordaz y humilde elaboración técnica, entre el falso documental costumbrista y la afilada comedia rural. Todo queda reflejado como si estuviéramos asistiendo a una clase de antropología, dando voz a todos sus personajes, lo cual hace innecesario cualquier subrayado maniqueo o la tentación de poner una voz en off que comente lo que estamos viendo. Por la boca muere el pez… y no hay nada mejor que darle cuerda a la gente, con la que se acabarán colgando. Tras un acabado pobretón, realizado sin apenas recursos, late agazapado la más corrosiva de las denuncias: la realidad.

Estamos ante una propuesta que, en lo formal, está alejada del pulcro acabado al que el cine industrial nos tiene acostumbrado. Pero si entramos en este precario juego de privaciones, nos encontramos con una paulatina y sabrosa radiografía que nos desvela, a través de lo percibido, de la sugerencia, de lo que completamos con nuestra intuición, un mundo cerril y angosto, aislado por la terquedad rústica, oprimido por el sometimiento esclavo de la mujer y asfixiado por el devoto bucolismo labriego: ser mujer y tener voluntad propia es anatema. La historia no es sólo lo que presenciamos, sino también todo aquello que estamos invitados a concluir gracias a los comentarios y sobreentendidos de todos los personajes masculinos (ya que las féminas permanecen, serviles y sumisas, en un frugal y humillado segundo plano).

Por lo tanto, Jafar Panahi nos invita a sacar nuestras propias conclusiones sin esperar a que nos comente o explique los pormenores que se escapan a la vista. Así denuncia un mal universal: la hipocresía. Se adora a las actrices de los culebrones, pero se condena, por frívola, a una adolescente que quiere huir del pueblo para estudiar en Teherán y convertirse en artista. No hay nada más subversivo que dar voz a lo real.
antonalva
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