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Voto de antonalva:
7
Drama En julio de 1967, graves disturbios raciales sacudieron la ciudad de Detroit, en el estado de Michigan. Todo comenzó con una redada de la policía en un bar nocturno sin licencia, que acabó convirtiéndose en una de las revueltas civiles más violentas de los Estados Unidos. Los incidentes más graves ocurrieron en el motel Algiers, cuando miembros de la policía y la Guardia Nacional acudieron ante unos disparos de un arma de fogueo. (FILMAFFINITY) [+]
17 de septiembre de 2017
23 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado 50 años, pero las similitudes y analogías con el momento actual angustian y horrorizan por igual. La violencia como válvula de escape sin atajos ni disimulos, la crudeza de unos disturbios dantescos que sacan a relucir lo peor de cada cual y resaltan la impotencia de unos – que además dirigen su rabia y su orgía de sangre y saqueos hacia ellos mismos y su comunidad – y la prepotencia de los otros, que tratan de defenderse de sus endémicas suspicacias y fantasías totémicas a base golpes, disparos y abusos. Nada nuevo pero relatado con garra y fuerza, aunque quizás se haga demasiado larga y repetitiva hacia el final de su excesivo metraje, pero ofrece un retablo descorazonador de las miserias más tristes y repugnantes del ser humano, que parece aferrarse como un mantra al terror hacia lo desconocido – lo diferente – cuando no queda otra forma de lenguaje a su alcance.

Quizás su mayor característica – y cortapisa – sea que la potencia de sus imágenes (la recreación de la época, la violencia exacerbada, la arbitrariedad y el terror que irrumpe a cada paso e ilustra la sinrazón del ensañamiento policial) casa mal y resulta incongruente con la debilidad de un guión demasiado plano y repetitivo, poblado por unos personajes reconocibles pero en exceso simples y sin hondura, meros clichés que sirven de pretexto para vehicular una narración intensa y desabrida, hosca y tremebunda, pero que acaba por engullir y neutralizar la ira que pretende reflejar. Vemos, padecemos y nos conmovemos con lo que ocurre, pero nos importan más los hechos y las circunstancias que las personas, el retablo en su conjunto y no tanto los individuos que padecen la vesania de un comportamiento histérico y bestial que sucumbe sin pudor a lo histriónico y de tanto repetirse acaba por repeler y hastiar. Un poco de mesura – o, al menos, una más calibrada dosificación de los atropellos – le habría sentado bien.

Por lo tanto, resulta admirable la intención inconformista y rebelde que recorre toda la cinta, lo oportuno de su denuncia, lo pertinente de su discurso reivindicativo, la virulencia de su compromiso con la igualdad de oportunidades y su acusación agresiva y sin remilgos de los fallos sangrantes y ponzoñosos de un sistema que hace aguas por doquier. Pero al finalizar la proyección queda un cierto regusto de insatisfacción. Como si el ruido y la furia hubieran ahogado los gritos de socorro de las víctimas, abandonadas a su suerte en la cuneta de los deshechos. La abrumadora tensión, virtuosismo y efectividad del montaje nos arrolla, pero no consigue poner en pie una obra inapelable, que trascienda las limitaciones de su punto de partida.
antonalva
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