Otra muestra más de una película pequeña, realizada con medios muy limitados, y que pese a ello funciona perfectamente de cara al aficionado al western.

Ambientada en una California aún bajo dominio mexicano, esta sencilla historia se basa en la implacable venganza que emprenderá su protagonista, un vaquero que ha visto truncarse de manera violenta un futuro que se presumía feliz y familiar. Como siempre, tras el crimen que precipita su tragedia -y su venganza-, se esconden los intereses por dominar las tierras, tan característicos en los argumentos del western. La película no aspira a mucho más, y deja sin desarrollar las personalidades de muchos personajes, especialmente los malvados, que se limitan a acompañar la narración. El guión, pese a tales debilidades, no puede calificarse como malo, sino simplemente como limitado, siendo por lo demás sencillo y eficaz, sin perjudicar el ritmo del filme.

La realización, considerando la modestia de los medios, es notable, destacando la fotografía de Alton, de quien no me cansaré de decir que es uno de los grandes, como aquí demuestra una vez más, tanto en los planos a plena luz como en los más tenebrosos (cuya iluminación es una de sus especialidades, como se puede apreciar en la acertada utilización del efecto noche). De ahí que en ciertos momentos la estética de la película parezca emparentada con la del cine negro, que no en vano, es el género en el que Alton alcanzó sus mejores logros. Por lo demás, la ambientación es muy correcta, con acertados detalles de vestuario y de mobiliario, y los exteriores que dominan el último tramo de la película, magníficos, y muy bien aprovechados desde el punto de vista dramático.

Aunque las interpretaciones no son nada del otro mundo, a mi no me parecen malas, sino correctas, y aún diría que Cornel Wilde lo hace bastante bien, al igual que algún secundario como Lon Chaney Jr., lejos aquí de sus habituales papeles de monstruo.