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México México · Xalapa
Voto de Brianda:
8
Drama Después de haber vivido varios años en Alemania, Alina se reúne con una amiga en un aislado convento ortodoxo rumano. Su amistad se remonta a la época en que, siendo niñas, se conocieron en un orfanato. Alina pretende que su amiga vuelva con ella a Alemania, pero ésta se niega porque no sólo ha encontrado refugio en la fe, sino que las monjas constituyen su familia. (FILMAFFINITY)
22 de octubre de 2020
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Hay cámaras cinematográficas que convierten al espectador en espía, las miradas de los personajes rara vez atienden al lente que hace el truco del cine posible. Así, los testigos del séptimo arte se sitúan en la lejanía del que sin ser visto descubre un secreto y en su condición de invisibilidad está por unos instantes en el centro de la historia, ese lugar clave y blanco del sentido donde alcanzamos a comprender mejor la confusión de todo juego de voces. Eso ocurre en Más allá de las colinas (Dupa dealuri), largometraje rumano dirigido por Cristian Mungiu que narra la historia de Alina, huérfana rumana que ha pasado una temporada en Alemania y ¿con qué se habrá encontrado en esa ala de Europa? en un respiro decide volver por Voichita, su amiga y compañera de vida. Pero las cosas han cambiado durante su ausencia, ella sufre un desequilibrio que permite a los que la rodean verla sobre la cuerda floja, cediendo al vértigo, mientras Voichita halló su sitio en la fe y aislamiento de un convento y la idea y el riesgo de marcharse a la incierta gran urbe con Alina parecen ser trampas en un momento de claridad y un lugar de reposo como no lo hubo en el orfanatorio ni en una juventud, intuimos, desamparada y caótica.

Cristian Mungiu pone las cartas sobre la mesa y a todos los personajes les toca una mano pesada oculta en un anverso de peligro. El paisaje aparece con gestos fríos y planos fijos en el marco pulido del film, invade nuestra pupila la paz de las colinas, su metamorfosis de niebla densa a nieve sobre los suelos, el silencio y la ausencia de luz eléctrica son una nostalgia religiosa vuelta escenario. La vida sencilla del convento es refugio para el sacerdote que, despojándose del ruido y el aspecto material que tan cercano nos es a los hombres, edifica una comunidad oscura por el color que cubre la desnudez de todas las monjas y de su propia piel pero armónica en la decisión de adorar la misma causa e imagen. La película es un retrato lúcido y sombrío de las pasiones humanas. La obsesión nostálgica de Alina por Voichita nos recuerda la línea de suspenso que puede ser en un film el pasado, el diálogo que surge durante el encuentro de las dos mujeres supone la intuición de ese tiempo anterior. Ver raíces en su amiga antes huérfana y ahora religiosa y querer quedarse por el amor que las ha unido tantos años, la esperanza de un futuro compartido donde no haya lugar para el horror y la soledad, llevan a Alina a ingresar al convento pero su rechazo a los dogmas divinos altera la tranquilidad de los otros y supone un peligro para la reputación dónde anidar un mejor futuro del lugar sagrado.

El director rumano sabe que hay personajes signos de interrogación, interrupciones detrás de líneas de todo guión cinematográfico capaces de modificar la dinámica aparentemente armónica de un colectivo o grupo social dentro de la ficción. La trayectoria del film es parecida a las manos de una mujer desgajando lentamente una naranja, quitando la cáscara con la sutileza de quien quiere conocer los vértices que se ocultan en cada historia por más simple o enigmática que ésta parezca. A eso debe su larga duración, y sin embargo el guión sostiene y revela el gran acierto del director: la fijación por los detalles. En una conversación mundana, a la hora de compartir el pan o sacar agua de un pozo, es posible desempolvar secretos. Si es bien sabido que por la boca muere el pez habría que añadir que por esa misma boca asoma siempre el deseo y pocos terrenos tan insólitos como aquellos donde vislumbramos la puesta en escena del orden basado en ciertas actitudes y reglas que permiten el gesto amable de la máscara colectiva de la fe, en este caso el convento ortodoxo al pie de las colinas, y la perturbación que deriva en confusión y caos de ese orden.

Un largo malentendido puede convertirse en crimen y el móvil será nombrado desde la trinchera ideológica de cada personaje o comunidad. Conflicto de intereses que hasta los desmemoriados saben remoto aquél de elegir en qué se cree o no, pero más allá de las colinas, donde no hay testigos y la realidad se muestra como el camino cruzado por decisiones que responden siempre a un deseo y una obediencia reflejo de nuestra condición de animales domesticados, más allá de la razón y la fe, queda la contemplación final del invierno dentro de las vidrieras empañadas de un automóvil y la incertidumbre al no saber cuándo cambiaremos de estación mientras cambiamos de canal en una época donde los trazos para evadir la soledad son cada vez más absurdos y las contradicciones del encuentro, como vemos en esta cinta, pueden resultar fatales.

Recomendable para los adoradores del silencio y los ecos remembranza de un tono propio de la tragedia presente en la cinta por medio de un oscuro coro de religiosas, para los que buscan exorcismos y silencios desatados por gritos marginales. Algo de buena música no vendría a mal pero su carácter de alarido dentro de un frío susurro no deja lugar para el reproche, cruda sabe mejor.
Brianda
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