Bruno Dumont demostró talento y formas en su debut en la que me parece la mejor película de su filmografía. También se mostró como un director nada digerible y fácil: actores no profesionales, pocos diálogos, fornicación al otro lado del porno y un cine que busca la realidad sin recurrir a la cámara al hombro tan de moda en el cine (francés o no) actual.

Aunque Dumont lo tiene claro: “Mi trabajo no es hacer películas bellas, quiero provocar al espectador”. Y en “La vida de Jesús” invita más a la admiración que el odio, tónica habitual a lo largo de sus posteriores obras (maestras para algunos). Razón también tiene ya que ninguna de sus películas se ha estrenado en salas españolas por mucho homenaje que le diese el festival de Gijón.

En “La vida de Jesús” me interesa la historia: un retrato creíble de una juventud enferma, hedonista, vaga y violenta y de cómo el racismo del ambiente que rodea a su enfermizo y frágil protagonista le transforma conduciéndole a la perdición. Me creo todo lo que cuenta y no detecto tanto lo que me parecen errores de peso habituales en sus filmes posteriores, aunque en su final aparece un grave gazapo narrativo (ver spolier).

Una mención especial de la cámara de oro en Cannes y numerosos premios para el inicio de un cine frío, molesto y controvertido. No es Haneke ni el cine de Dumont busca esos horizontes, aunque por mucho que diga en sus entrevistas hay mucha belleza en algunos planos de “La vida de Jesús”.