Para algunos, una de las diez mejores películas de la primera década del siglo XXI.
Para otros, otro filme de Manoel de Oliveira. Es decir, otro martirio cinematográfico (esta vez en pequeña medida por su metraje).

La vuelta del cineasta portugués al Oporto es una regresión fílmica a la infancia, a los lugares perdidos de su memoria. Es pura terapia conductiva donde el repaso a sus recuerdos le hace ver lo que ha cambiado y lo que nuca regresará a su vida.
El director de “El valle de Abraham” no sólo se dedica a un paseo cinematográfico y narrar sus vivencias sino en reconstruir ciertos momentos. Una fusión de ficción y no ficción. El pretendido lirismo, elegancia y la evocación de los espacios que le vieron crecer dejan entrever cierta preocupación como si pronto estuviese el final del camino. El sonido de las olas se funde con las canciones populares de su vida y sus memorias. Pasajes inspiradores en su dilatada filmografía.

Olivera confirma: a) es capaz de ser insoportablemente pedante y soporífero en sesenta minutos; b) su infancia y pasado bohemio fueron tan traumáticos que explican sus futuras ‘cumbres’ artísticas; c) a la vejez viruelas u oporto en vena… aunque, ¿qué es la vejez para Manoel de Oliveira?