Te encuentras en tu casa con tres ladillas parlantes con la voz tuneada por John Cobra a lo Cañita Brava y encima tus sangrantes oídos se enteran que saben cantar. Antes de que te vueles la cabeza se te presentan unas cuantas opciones qué hacer con las ladillas:

a) Al ver que se han escapado de un videojuego de los Teletubbies, matarlas con el botón de Delete antes de que hagan explotar tu cerebro.

b) Al ver que en EEUU son superventas discos cantados por perros, gatos y Justin Bieber, llevarlas a una discográfica.

c) Al ver que pueden gustar al público infantil, llevarlas a Hollywood y que hagan una película con ellas.

En “Alvin y las ladillas” se decantaron por las opciones b) y c).

Como Theodore, está película se cayó del árbol al nacer… Ni homenaje a “One Froggy Evening”, ni que digan que las ladillas son como niños ni un poporrí de covers pasadas por el auto-tune y el defecto. Esta película es la muerte ladillil.

“Alvin y las ladillas” es todo un pedazo bodrio. Bueno, un bodrio que recaudó 361 millones de dólares en todo el mundo.