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Sudán Sudán · Me la
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Drama Cataluña, años 50. Adaptación de la novela homónima de Juan Marsé que muestra dos mundos socialmente antagónicos, el de los suburbios y el de la alta burguesía catalana, que se relacionan a través de dos personajes: Manolo Reyes, el "Pijoaparte", un vulgar ladrón de motos que aspira a salir de la miseria, y Teresa Serrat, una estudiante universitaria de la alta burguesía barcelonesa. (FILMAFFINITY)
9 de mayo de 2011
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cierto día, una estudiante italiana de Filología Hispánica, que estaba haciendo su tesis sobre "Últimas tardes con Teresa", preguntaba, desconcertada, que no sabía muy bien cómo traducir a su idioma "Pijoaparte". No me extraña. Incluso en castellano es difícil definirlo.

Manolo Reyes, más conocido como Pijoaparte, xarnego (expresión despectiva con la que en Cataluña se identifica a las personas del Sur), aunque el autor prefiere referirse a él como "murciano", a pesar de ser natural de Ronda - Málaga ("Murciano como denominación gremial, no geográfica: otra rareza de los catalanes" confiesa Marsé), representa al joven que emigra a Barcelona "de visita", pero con la intención de quedarse para siempre, en busca de un futuro mejor. Golfo, altanero, hijoputa, embustero, seguro de sí mismo, que escupe sin mirar dónde, y que sobrevive robando motos y desvalijandos coches. Pero con una excepción que lo diferencia de los chicos de su barrio (el Carmelo, barrio periférico y obrero): es un soñador nato, y no se conformará con ese tipo de vida. Quiere más. La ambición como elemento clave del mundo pijoaparatesco. Y no dudará en hacer lo que sea para conseguirlo. El fin justifica los medios.

A raíz de un furtivo noviazgo con la criada, Pijoaparte conoce a Teresa Serrat, una joven universitaria, de la alta clase catalana, comprometida con los problemas de su época (Barcelona, 1956-57), preocupada por el rumbo del país, con conciencia social, y que, junto con otros compañeros de facultad ("señoritos de mierda" satiriza Marsé), coquetea inocentemente con el izquierdismo, sintiendo especial atracción por ambientes que no eran los de su clase.

Estos dos mundos tan diferentes se complementan entre sí. Él verá en ella una oportunidad de ascender socialmente y se replanteará su modo de vida ("quién me ha visto y quién me ve"). Y ella tendrá la oportunidad de bajar a la calle y entrar en contacto con el mundo real, ese que en los libros prohibidos de Balzac no se ve. Adiós al mito de la clase obrera.

Le atrae lo que el Pijoaparte es y lo que representa. No busca en Manolo enamorarse del hombre, que también, sino de la idea. No pretende encontrar el amor, que también, sino el deseo. Ese deseo que sus amigos "conectados" no le inspiran ("Mira, mira, tienes un bicho en la rodilla!" y entonces la manoseaba subrepticiamente. Penoso, en verdad. No era eso lo que ella esperaba), sin olvidar la clase de la que procede ("no podía consentir que él la tomara por una burguesita atolondrada, que se deja follar fácilmente y sin conciencia de las otras realidades -urgentes- que están por encima de juveniles devaneos").

La unión de estos dos mundos tan antagónicos, nos ofrece una de las historias de amor más reales, interesante e intensas de la literatura española, y creó un personaje universal, el Pijoaparte, símbolo del desarraigo social de los inmigrantes del Sur, el penúltimo avatar de los grandes arribistas del XIX, un héroe del miserable mundo real.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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