Es muy simple. Básicamente Tom Cruise es Dios, como queda muy claro en la primera escena en la montaña en la que adopta la postura de Cristo (¿mensaje subliminal?) y se pasa toda la película haciendo milagros. Tom llega a Sevilla, muy mal Tom, mal ambientado hombre, ¿es que no sabes que en España vamos todos vestidos de torero?
Conoce a la prota en un tablao flamenco, como no, ¿en que otro sitio puede estar un extranjero en Sevilla si no es en un tablao? Después de llevarla a la cama en menos de 5 minutos, se dan un paseíto en coches descapotables a 250 kilómetros por hora mientras hablan por el móvil (¿donde estaba la guardia civil?) y casi matan al pobre sevillano tercermundista que se cruza con ellos con su humilde R5. De todos es sabido que los españoles no podemos tener un Audi TT como lleva el.

Un Anthony Hopkins que pasaba por allí le dice que estos españoles salvajes casi lo queman. No hombre no Hopkins, en nuestras tradiciones populares no se encuentra el quemar guiris, como mucho te habríamos tirado desde el campanario de la iglesia junto a la cabra.
Luego Tom se pilla una moto con la que es capaz de volar (recordemos que es Dios), hacer caballitos invertidos de 20 metros, hacer skate agarrado del manillar y con los pies en el suelo y propulsarse hacia arriba unos 5 metros con la moto a 200 por hora para impactar en el aire con el villano que también tiene poderes sobrehumanos.

Y descubrimos que Tom no solo es el mejor escalador, conductor de coches y piloto de motos del mundo si no que también es capaz de emular a Messi y si quisiera seria una dura competencia para el próximo Balón de Oro, después de un toque de pie magistral que ni Maradona en sus mejores tiempos eleva la pistola hacia sus manos para pegarle 4 tiros al malo, que lo esta apuntando a Tom con otra pipa pero claro, Tom es Dios y lo paraliza el tiempo suficiente para que no le de tiempo a dispararle antes a el.

Bien amigos, hasta aquí la lección de teología de hoy, y recordar, Tom Cruise es el nuevo Mesías.