Pese a los engañosos créditos iniciales y a las primeras escenas de comedia –de hecho empieza como comedia y como comedia termina-, nos encontramos, sin embargo, en el territorio del drama sobre un trasfondo de compañías de taxis, libertad de empresa y sindicatos mafiosos, donde la peripecia es lo de menos. Pese a ser una obra claramente alimenticia Borzage es fiel a algunos de sus temas más queridos como el retrato de la gente corriente y común, con sus gozos y dificultades, el amor como único refugio, la camaradería o la inocencia trágicamente maltratada. Protagonizada por Spencer Tracy y Luise Rainer, los momentos de la pareja protagonista son sin duda lo mejor del film, con dos actores en estado de gracia -y con una incomparable química-, filmados con la naturalidad, intimidad y sensibilidad de los grandes maestros–Ford, Murnau, Vidor, Capra,-. En unos pocos trazos y con unas pocas miradas, Borzage extrae más cine en unos instantes que en horas y horas de metraje de muchos otros. El final, jocoso y festivo, es una excusa para exhibir a grandes maestros del boxeo como Jack Dempsey o atletas como Jim Thorpe pero no excluye ni minusvalora la elevada impresión de esta película, de este imprescindible cineasta y de prácticamente cualquiera de las obras que rodó especialmente en los años 30.