Tiene encanto esta película, desarrollada en 1925 en el contexto de la lucha de los independentistas sirios contra Francia, administradora del mandato de la Sociedad de Naciones y su atractivo deriva fundamentalmente de una cierta excentricidad. Por nuestros ojos desfilarán un cruel líder árabe, un coronel celoso e idealista, atormentado por una caprichosa amante, y un cínico contrabandista sin demasiados escrúpulos. El director alemán consigue extraer petróleo de los parcos escenarios y de la atmósfera oscura, ominosa -no hay prácticamente ninguna escena diurna- con lo aprendido en la Alemania del expresionismo en la que rodó entre 1925 y 1933 hasta la llegada de los nazis al poder. Un Bogart de piel apergaminada y pajarita (“Cómo puede un hombre tan feo ser tan guapo” dirá la chica) como contrabandista, en un papel que nos recuerda demasiado a Casablanca, dirige el cotarro con gesto inimitable y maestría torera con un personaje más descreído y descarnado que el inolvidable Rick en esta producción menor pero no desprovista de interés. Entretenidilla.