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España España · Oviedo
Voto de Gould:
5
Comedia. Romance El compositor Terry Trindale se siente atraído por Consuelo Croyden, una mujer a la que ve todas las noches en un casino de Palm Beach. Cuando, por fin, se arma de valor para acercarse a ella y expresarle sus sentimientos, es rechazado. Algún tiempo después, Terry tiene una importante deuda de juego, y Consuelo lo contrata como secretario personal. Una de sus tareas será hacerse pasar por su novio para poner celoso al hombre que quiere. (FILMAFFINITY) [+]
14 de agosto de 2016
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En la fecunda e irregular carrera del director norteamericano George Cukor se combinan al mismo tiempo – a veces en el mismo año- verdaderos clásicos con películas muy menores, según le fuese la inspiración del momento. Así, en 1940, a un drama insustancial como “Susana y Dios” le sucedía la deliciosa “Historias de Filadelfia” o, al revés, en 1941, a una comedia estúpida y sin gracia como “La mujer de las dos caras” le sucedía una buena película como “Un rostro de mujer”. La que nos ocupa es la parte negativa del año 1942 en el que Cukor combinó un muy buen drama de contenido político titulado “Keeper of the flame” (La llama sagrada) interpretado por la pareja Tracy-Hepburn, con esta floja comedia sin demasiada chispa ni ingenio sobre el síndrome de abstinencia amoroso de una mujer que contrata como secretario o amante de cartón, de ahí el título, a un enamoradizo compositor de canciones para que controle su debilidad. Es decir, una previsible comedia de apariencias falsas protagonizada por un impetuoso Robert Taylor y una desmejorada Norma Shearer -nunca se recuperó de la prematura muerte de su marido, el prodigioso Irving Thalberg en 1936 y, de hecho, esta fue su última película- en un rol muy superficial de mentecata totalmente abducida por un dominante George Sanders. Aunque cuenta con algunos momentos buenos –la ristra de insultos entre la protagonista y su secretario o la despendolada pelea entre Taylor y George Sanders- y resulta curioso ver a Robert Taylor en un papel de comedia –cantando incluso, y razonablemente bien-, nada de ello consigue mejorar la decepcionada impresión de un trabajo sin mayores atractivos que los citados sin ninguna las virtudes de una buena y clásica comedia de los años 40.
Gould
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