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España España · Oviedo
Voto de Gould:
5
Drama El conde Armalia cree que la suerte al nacer es todo lo que separa a pobres y ricos. Para probar su teoría, decide enviar a la cantante Anni Pavlovitch a un hotel de lujo durante dos semanas. Con fastuosas ropas y su impostado nuevo estado, Anni descubre que le gusta la vida de los ricos. Con el tiempo en su contra, necesita rápidamente un marido adinerado y elige a Rudi. Pero harán falta más de dos semanas para que Rudi deje a su ... [+]
29 de diciembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Melodrama de carácter social, ligeramente insulso, sin demasiado recorrido argumental, mezcla de Cenicienta y Pigmalión, realizada en el estilo de las películas románticas de la Metro, de refulgente elegancia y dirigida por la especialista en temas femeninos Dorothy Arzner, una de las escasas directoras de la época clásica de Hollywood en cuyo cine asomaban, en ocasiones, fuertes personajes femeninos que pugnan por salirse del estrecho marco otorgado, lo que la situaría como una precursora del cine de mujeres, si tal categoría puede existir.

Joan Crawford protagoniza esta película dando vida a una cantante de un sórdido antro de Trieste, a la que el cínico Conde Armalia (George Zucco) pagará dos semanas en el mejor hotel del Tirol con la flor y nata de la aristocracia, para demostrar que la posición social viene dada por la apariencia y no por la sangre. Allí conocerá al rico heredero Rudi Pal (Robert Young), que se enamora de ella, pero también a Giulio, el humilde cartero de la aldea interpretado por Franchot Tone.

La película es esencialmente un vehículo para el lucimiento de Joan Crawford gracias al departamento de vestuario de MGM porque cinematográficamente no tiene demasiado interés. La Crawford, qué duda cabe, está en su salsa con uno de esos papeles mil veces repetidos de chica de origen humilde y algo vergonzante, que pelea con todas sus fuerzas y a toda costa por ascender socialmente, aunque al final acabe por lamentarlo. Mujeres que luchan por huir de la pobreza –o la prostitución, sugerida en la película- y de los discursos románticos que las abocaba socialmente a una vida chata y frustrante.

Los mejores momentos son, sin ninguna duda, aquellos que comparten en la pantalla Joan Crawford y Franchot Tone –su marido en aquel tiempo y con el que llegó a realizar siete películas- o esa especie de pequeños monólogos que tiene la protagonista consigo misma, donde trata de justificar todos sus pasos para obtener la gracia de un ricachón.

Para los abundantes completistas de la Crawford.
Gould
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