Si tengo una razón para otorgarle un venerable cinco a la ópera prima como realizador de Kevin Williamson, es única y exclusivamente por esa inquietante Helen Mirren atada a la cama.

Lamentablemente, sabe a poco en medio de tanta convención y aunque lo haya hecho mejor que algunos individuos que se han aposentado ocasionalmente en la silla de director, a Kevin Williamson se le nota verde en realización, con una dirección bastante plana y un guión propio que está más cerca de cualquier episodio de su recordada serie Dawson crece, que de aquella joyita para cinéfilos y aficionados titulada Scream. Y es una verdadera lástima, porque este tipo de pelis no suele contar con actrices como la Mirren, quien con cuatro afiladas palabras y un par de oscuras miradas te llega a dejar con la duda de si no serán los tres jóvenes protagonistas los que salgan de la casa con los pies por delante, llegando un momento en que deseas que el personaje se haga con el control absoluto de la situación sin ni siquiera levantarse de la cama, algo que desgraciadamente ocurre solo a medias. Una Señorita Tingle desatada y llena de rencor no se hubiera conformado con decir dos verdades a la cara (esa ballesta que pulula por la trama daba para algo más que un par de flechazos).

Más valentía por parte de Williamson en ese aspecto sin dejar de lado el humor negro, hubiera hecho de ésta una película de suspense cojonuda y no intentando alargar ese estúpido chiste como es el querer vengarse del típico docente odiable. Tampoco ayuda a mejorar el asunto todo lo relacionado con el entrenador Wenchell (Jeffrey Tambor), algo que verdaderamente sobra; sin embargo, situaciones como la escenita del exorcista a cargo de la alocada Marisa Coughlan hacen esbozar más de una sonrisa, actriz ésta mucho más natural y divertida que su compañera de reparto e insufrible protagonista, la pedorra Katie Holmes.

Y hablando de exorcistas y ataduras de cama, es imposible olvidar la que lió Regan en la peli de William Friedkin, verdad?, además, esta cinta hace recordar todo aquéllo en más de una ocasión; pues bien, de haberse quitado de encima ese gran peso que es el temor a la gilipollesca calificación moral estadounidense, esta Eve Tingle podría haber dado tanta guerra o más que la dichosa niña, y sin necesidad de poner un pie en el suelo. Una pena.