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Voto de Archilupo:
8
Drama. Romance Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo) es un ex-figurante de cine admirador de Bogart. Tras robar un coche en Marsella para ir a París, mata fortuitamente a un motorista de la policía. Sin remordimiento alguno por lo que acaba de hacer, prosigue el viaje. En París, tras robar dinero a una amiga, busca a Patricia (Jean Seberg), una joven burguesa americana, que aspira a ser escritora y vende el New York Herald Tribune por los Campos ... [+]
16 de octubre de 2009
81 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película se podría describir con arreglo al canon de las clásicas de cine negro: un gángster de segunda, que mueve coches robados, pasa por una capital dispuesto a cobrar una deuda difícil y a retirarse luego una temporada a la playa. Dos sabuesos le pisan los talones, sobre todo desde que disparó mortalmente a un motorista de tráfico. Siempre con traje y corbata, casi siempre con sombrero, enciende un cigarrillo con otro. Tiene amigas que lo miman. Les saca dinero e invitaciones. Una extranjera es entre ellas la preferida. Sin preguntarse si puede ser un amor fatal, quiere que se retire con él a la playa. Mientras tanto, comete en su huida robos para ir tirando, en una forma de vida al margen de la ley, no mucho peor que otras, pero que no puede terminar bien.

Pero esto diría poco de “Al final de la escapada”, donde lo último que cuenta es el argumento, mero esquema a partir del cual reescribir el género —y el cine— con una caligrafía rápida y jazzística: de apuntes y notas sueltas, espontánea, ocurrente, imprevisible en su saltarse todas las reglas establecidas.
Godard rompe la continuidad y monta fragmentos. La alternancia constante de ángulos de visión termina creando una especie de óptica cubista.
Deja estar a los actores, en lugar de dirigirlos a la manera tradicional. Siendo, además, los jóvenes y descarados Belmondo y Jean Seberg, los personajes quedan construidos mucho más con ademanes, movimientos, improvisaciones y gesticulaciones (¡ese icónico pasarse el pulgar por los labios, imitando a Bogart!) que con los diálogos, que parecen obedecer a una pauta existencialista, al imperio del instante actual, y no a la sequedad y contundencia exigidas por el género. Sin embargo, las excentricidades quedan naturales. Belmondo no tarda en hablar a la cámara o masacrar algunas canciones. Jean Seberg nunca volvió a llenar tanto la pantalla.
En medio del parloteo alocado, se salta de una situación a otra. Se dejan abiertas en el creciente ritmo de la huida.
No es Chicago sino París: los Campos Elíseos cuando se han encendido las farolas, el cielo no se ha oscurecido del todo, y la Torre Eiffel sobresale entre los edificios.

El impacto del resultado —enorme en su día, el momento fundacional de la Nouvelle Vague— surge de la reducción al absurdo de lo tradicional, parodiado y caricaturizado, y la aparición de formas nuevas, dotadas de una fuerza realista más fresca y cercana.
Godard había ido madurándolo en los cinco cortos previos, y en su primer largometraje da rienda suelta a su capacidad gramática, el talento para inventar y manejar lenguaje cinematográfico.
Archilupo
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