"Yo no diría que es un drama; si acaso, un drama cotidiano, casi una comedia", anuncia en off el narrador invisible que introduce la historia.
Y tal vez Bergman pensaba, al escribir el guión sobre la pieza teatral del danés Fischer, darle ese tratamiento, pero lo filmado finalmente en esta su primera película es un real drama, muy sobrio, casi severo.
En un bucólico pueblo de casas bajas, entre las que sobresale la torre de la iglesia, una profesora de piano ha criado por encargo a una niña.
Cuando la niña cumple 18 años, la madre biológica, a todas luces una persona egoísta, aparece con intención de llevársela a la ciudad, a trabajar en un salón de belleza. Para ello se la arranca sin piedad a quien la ha cuidado como una verdadera madre.
La presencia ya en ese viaje de Jack, un tipo trajeado y locuaz, carga de sombríos presagios el futuro.
El conflicto es planteado como lucha de principios morales, la disyuntiva clásica entre el camino del bien y el del mal. Mientras el primero está colmado por la noble figura de la profesora de piano, el segundo resulta inconsistente, acaso por limitaciones de la censura, y no alcanza a contraponerse con fuerza. Las alusiones a ese mundo turbio son demasiado veladas. Los personajes que lo pueblan parecen más veleidosos y confusos que verdaderamente canallas.
La película tiene mucha deuda teatral, y se nota en lo "literario" de algunos diálogos. El ritmo narrativo es desigual. Además, en algún caso flojea la dirección de actores, que parecen estar en otra película.
Sin embargo, tiene también una fotografía prometedora, un personaje (el de la madre adoptiva) tratado con gran hondura, y pasajes de pulso muy intenso y climático, en especial el escándalo en el baile benéfico, así como cierto viaje decisivo en tren.
En ellos aflora el temperamento radical y existencialista que Bergman seguiría descubriendo en posteriores películas, y hace ya de ésta una obra interesante.