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Voto de Archilupo:
7
Comedia Félix, un músico con gran talento, vive retirado en una suntuosa casa en compañía de siete mujeres. Llega entonces Cornelius, un periodista que desea escribir la biografía del maestro. (FILMAFFINITY)
3 de junio de 2010
22 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fantasía cómica en torno al culto a la personalidad del artista, las negociaciones de la fama y la vanidad de las cortes que se forman alrededor.
Aunque Bergman advierte en rótulo previo lo de “cualquier parecido con lo llamado Realidad”, o tal vez por eso, se nota que está despachando material privado y lidiando con fantasmas personales.

La primera sección se centra, con cámara frontal y estática, en el aparatoso funeral del maestro violonchelista Félix. Aparece el crítico Cornelius, histrión, petimetre, aspaventoso, y declama sin éxito pasajes de la biografía del maestro.
Y aparecen sucesivamente desde el fondo siete viudas del difunto que repiten la misma frase, menos la última, la oficial, quien entra en cuadro desde la posición del espectador y no dice nada.
Las siguientes secciones se ocupan, en cuenta atrás, de los días previos a la muerte, desde la llegada del biógrafo a la mansión para una entrevista.

Esa mansión, muy ostensiblemente un decorado con toques orientalistas, es uno de los procedimientos distanciadores. También lo son las interpretaciones, burlescas y sobreactuadas, en especial la del pedante Cornelius (a cargo de Jarl Kulle, notable); lo son asimismo los intertítulos, las frases de los personajes a cámara, los pastiches insertados (como el tango en blanco y negro, para sugerir el acto sexual sin chocar con la censura), la alternancia estrepitosa de un reiterado pasaje de la Suite nº2 de Bach con ráfagas de charlestón, las danzas y coreografías paródicas, las estatuas que se mueven o sangran…
Como las escenas de vodevil, con sus carreras, persecuciones y travestismo, son recursos numerosos para romper la ilusión realista e implicar al espectador en lo que le están contando.

Grotescas y farsescas, y ácidamente satíricas, quedan esas figuras del divo tan en otro nivel respecto a los mortales que ni se le alcanza a ver, ni siquiera en una máscara; de su gineceo de bellas mujeres, con cada una de las cuales tiene un pasado y un ‘feeling’, y que lo miman por turno (rebautizadas: Isolda, Traviata, Beatrice…); del zalamero e interesado biógrafo, que negocia contraprestaciones a cambio de que su semblanza sea laudatoria también en los “detalles personales”…
Forman un engranaje que no se detiene por el fallecimiento del maestro, cuya muerte es menos irreparable de lo que se dice: hay figuras de refresco y cada personaje vuelve a su puesto para reanudar la función, lejos ésta de acabar, como se duda mordazmente en el último fotograma.

Una de las escasas comedias de Bergman, su sentido del humor es tan vitriólico que la comicidad no está entre sus rasgos principales. Prevalece más bien una dura reflexión sobre el endiosamiento, la falsedad y la manipulación en el mundo del arte.
Archilupo
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