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Voto de Archilupo:
8
Drama Susana escapa del reformatorio donde estaba encerrada y llega a la hacienda de don Guadalupe. Allí es recibida como un miembro más de la familia por doña Carmen, su hijo Alberto, la sirvienta Felisa y el caporal Jesús. Repuesta de sus heridas, la paz de esta familia católica se verá amenazada por la joven, que introduce la tentación en su seno. Sus coqueteos y falsa inocencia encenderán la pasión de los varones de la hacienda, sembrando ... [+]
21 de mayo de 2010
46 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Buñuel expresaba su pensamiento, como al proclamar que lo moral para la burguesía era inmoral para él, los productores mexicanos se echaban a temblar. Al fin y al cabo, querían vender las películas al público. De hecho, impusieron un ‘happy end’. Buñuel siempre lamentó no haber acentuado más la descarada caricatura con que lo trató: simulacro de felicidad, los animales se curan de golpe, el tiempo se vuelve divino, y un rebaño de ovejas pasa por delante, camino del redil.

Hasta llegar a ese final, la potente narración preparada a partir del relato de Manuel Reachi ha puesto patas arriba la vida de una familia de apariencia ordenada, por obra de un personaje que consigue enemistar a esposos, a padres e hijos, a patrones y empleados. (Pasolini desarrolló a su manera la idea, en “Teorema”.)
Susana —nombre que, para empezar con los sarcasmos, simboliza castidad— es una joven feroz a la que tres fornidas guardianas del Reformatorio a duras penas encierran en una celda, en medio de una tremenda tormenta diseñada con toscos efectos de animación gótica. Tras concluir sus bramidos e improperios, Susana pide al dios de las cárceles, al creador de alacranes y ratas, un milagro que la saque de allí, para disponer al menos de la libertad de las víboras y las arañas.

Su aparición en un rancho cercano, mientras la tremenda tormenta sigue, es recibida como ‘cosa del diablo’ por la perspicaz criada, personaje dotado de vivo instinto popular, en la línea de Renoir. La joven los enciende a todos, a conciencia: al patrón, hombre recto que se puebla de impulsos; al hijo, joven estudioso pero receptivo a efluvios y blusas; y al capataz, galán y macho imparable. Buñuel hace juegos fetichistas con piernas y faldas (huevo roto resbalando por las rodillas) y detalla con agudeza el erotismo, la astucia y ambigüedad femeninas, la notoria estupidez masculina.
Gente hasta entonces armoniosa se torna irritable, nerviosa; rivalizan, se encelan, acechan la puerta. Una joven con piernas y escote, caliente, elemental, manipuladora, seductora sin ser vampiresa, más y más turbadora, saca la violencia latente en la modélica vida del rancho. El deseo y la tentación que encarna, esa fuerza ancestral, arrasa con familia e instituciones.
Lo resume una escena genial, de las que sintetizan un cosmos, marca de don Luis: el respetable patrón, agitado por la presencia de Susana, da a su esposa un beso apasionado y resulta extemporáneo, escandaloso.

Buñuel usa las falsillas de la religión para dar rienda a un sarcasmo tan característicamente suyo como el guión magnífico, de líneas concisas y eficaces, como los personajes de humanidad directa o como las observaciones de animales.

En los años mexicanos, el maestro sobrevive una vez más tirando de oficio, con cuatro pesos y un par de actores soberbios (Fernando Soler y Rosita Quintana). Y talento a espuertas. No falta en ninguna película suya, ni siquiera en las consideradas de segunda.

[A Inés]
Archilupo
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