Para el último episodio de la primera temporada, escrito por Richard Matheson, se apostó por una comedia surrealista, sofisticada, con el imprescindible toque de fantasía. El episodio, escenificado en una sola habitación, está lleno de buenas ocurrencias y en general resulta ingenioso. Por su carácter liviano no figura entre los mejores capítulos, aunque en general sea bastante divertido. Supone la primera aparición en pantalla de Rod Serling.