Paul Driscoll es un científico descontento de la época que le ha tocado vivir. Después de construir una máquina del tiempo, decide viajar al pasado para cambiar el curso de la historia.

Dana Andrews (“Laura”) protagoniza este entretenido episodio que sostiene la tesis de que el pasado ya está escrito, y no puede modificarse. Es lo que le queda claro al personaje principal, quien tras fracasar en varias empresas -evacuar Hiroshima, matar a Hitler, salvar al RMS “Lusitania”-, emprende un viaje a 1881 a un pequeño pueblo de Indiana, a un tiempo en el que el mundo era simple, la vida armoniosa, la sociedad inocente y las personas amables, alejándose así de los males que atenazaban al siglo XX. Allí conocerá el amor de una mujer, y sufrirá experiencias que le harán replantearse su visión derrotista del presente.

Al igual que en “A Stop at Willoughby”, se observa la idealización del pasado y, en concreto, de una época y lugar específicos: finales del siglo XIX en los agradables poblados de los Estados Unidos.

El gusto de Serling por la elocuencia queda reflejado una vez más en sus frases: “La virilidad de una nación se mide por su potencial bélico”; “hoy he comprendido que patriotismo no ha de ser sinónimo de muerte”; “yo no quiero ser solo un espectador, quiero formar parte de tu mundo”; “debemos dejar el pasado tranquilo, lo que cuenta es luchar por el mañana”.