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España España · Barcelona
Voto de Adri:
7
Drama Deseando morir con dignidad, Hanshiro, un samurái sin recursos, solicita realizar el ritual de suicidio en la residencia del clan Li, cuyo director es Kageyu, un guerrero obstinado. Intentando que cambie de idea, Kageyu le cuenta la trágica historia de Motome, un joven ronin que llegó solicitando lo mismo. Remake en 3D de la película homónima de Masaki Kobayashi (1962), con Tatsuya Nakadai en el papel principal. (FILMAFFINITY)
30 de agosto de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Takashi Miike, un cineasta siempre dado al exceso, parece haber encontrado en Harakiri (Seppuku) de Masaki Kobayashi la continuación del camino que ya inició con 13 asesinos hacia un cine más contenido y formalmente más clásico. Ello nos demuestra que el autor de Dead or alive (1999) es capaz de canalizar todo ese derroche de visual y encauzarlo hacia un lirismo tendente a la moderación.

En este remake del filme de Kobayashi de 1962, se trata la violencia de una manera implícita. No vemos las características secuencias impetuosas a las que nos tiene acostumbrados Miike, sino que la belleza de las imágenes que contemplamos contrasta con el terrible dramatismo y la tremenda violencia que esas mismas imágenes contienen. Se podría decir que Hara-Kiri: Muerte de un samurái es una epopeya intimista con tintes de tragedia griega.

“Menos es más”, parece haber querido transmitir Miike a los espectadores contándonos una historia con una gran carga emocional y simbólica que trasciende más allá de su sencillo planteamiento. En el siglo XVII, Hanshiro, un samurái pobre, solicita llevar a cabo el suicidio ritual conocido popularmente como el Harakiri en la residencia del clan Li con el fin de morir dignamente.

Este punto de partida desgrana un relato donde el amor, la traición, la venganza, el honor, la civilización japonesa de la época y los códigos samuráis tienen lugar, pero, a pesar de centrarse en unas costumbres específicas de un período histórico concreto y de un grupo social —los samuráis— propio de una cultura diferente a la occidental, el mensaje que Miike transmite es universal.

El sufrimiento humano que los personajes padecen en el filme trasciende épocas, países y culturas. En esencia, lo que el cineasta nipón nos está expresando es el rechazo a la imposición a raja tabla de una serie de normas o leyes por parte de un poder superior incapaz de sentir compasión por los problemas ajenos. De ahí que las dos secuencias más representativas del filme sean las únicas en las que Miike nos muestra la violencia de una manera más explícita. La recreación en el harakiri con la espada de bambú refleja la cruel intolerancia del poder (por su férrea creencia en las normas de conducta samurái) hacia la piedad y, la increíble batalla final, no es otra cosa que la representación de la lucha de los valores humanos y solidarios (personificados en Hanshiro y su sed de venganza) contra la tiranía y la intransigencia (personificadas en los guerreros del clan Li y, sobre todo, en la armadura roja dentro de la residencia) del autoritarismo.

El ritmo y la fuerza con la que inicia la película decaen en cierta medida hacia la mitad de la misma. Si el uso de flashbacks para narrar la historia genera interés en el espectador, la excesiva recreación de Miike en los hechos que llevan a Hanshiro a tomar la decisión de practicarse el harakiri, sobrecargan a la cinta de escenas que redunda en una idea que podría haber sido contada con menos minutos de metraje.

A pesar de ello, Harakiri: Muerte de un samurái se presenta como una obra de una impecable factura técnica, que desprende ternura en sus momentos más humanos y una imponente vehemencia en sus momentos más intensos, en la que la narración fluye, como si de una poesía se tratase, hacia el final trágico al que, inevitablemente, está predestinada.


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Adri
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