Obra menor en el sentido técnico, que posiblemente por ello haya pasado desapercibida en su momento (apenas fue estrenada comercialmente en escasos países) y en la actualidad, pero que lejos de su aparente sencillez se trata de una película compleja y repleta de detalles que solo un genio como el director sueco sabe incorporar en sus películas.

Trata de concebir su habitual temática de conflictos interpersonales (en este caso habla de la infidelidad) desde el género de la comedia. A pesar de tratarse de una comedia que podríamos definir como sobria y fría (cualquiera que haya profundizado mínimamente en la filmografía de Bergman sabrá a qué me refiero) sabe desprender carcajadas en cada una de sus escenas. Juega con la moralidad y establece un enfrentamiento con la propia condición humana induciendo la pregunta de si realmente el hombre es un lobo para el hombre como afirmaba Hobbes, a través de un guión dinámico que resulta impredecible saber cuál será el territorio ético que gane la partida, si el bien o el mal.

Es así como sabe enganchar en su hora y media de duración, con una cuidada fotografía en blanco y negro dirigida por Gunnar Fischer quien trabajaría en más ocasiones con Bergman como en la premiada El séptimo sello (1957), destacando por un especial detallismo en el juego de luces.

No es difícil constatar las raíces teatrales del director sueco viendo cómo a lo largo de la película muchas escenas recuerdan más a una obra de teatro que a una película estrictamente hablando, y tal vez sea éste uno de los rasgos más significativos de la filmografía de Bergman. Los diálogos, puramente “shakespearianos”, casi orgásmicos en su concepción poética, saben seducir al espectador.

Entre el reparto destaca una de las favoritas de Bergman, la actriz sueca Bibi Andersson, que goza de primerísimos planos y posiblemente sea esta una de las película en la que sabe destacar más su atractivo.