Hay un fenómeno extraño alrededor de esta serie. A pesar de lo buena que es, que sus temporadas no decaen en ningún momento –esta crítica está escrita tras finalizar la visualización de la tercera-, que sus personajes son sólidos y atractivos, no tienen la atención y el elogio habitual que se les dedica a las denominadas series “mainstream” por parte de la prensa especializada. Es más, tras una rápida búsqueda en google, se podrá comprobar que los artículos sobre la serie se limitan a los de rigor, que se realizan tras el lanzamiento de una nueva temporada. Una omisión que desconocemos si es intencionada, pero que tras una breve reflexión, es posible adivinar las razones por las que es ignorada.

Porque Gomorra es un retrato cruel y verídico de todo lo que está mal en el género humano y nadie o casi nadie se atreve a contarte. Una serie donde nunca ganan los buenos y siempre perdemos los mismos, es decir todos. Porque no caben visiones endulzadas o esperanzadoras sobre la mafia, sino que te la muestran tal y como es, con la frialdad que la experimentarías en caso de tener que vivir en Nápoles, que es en donde en gran parte se desarrolla la trama. Porque no te da un respiro y lo desesperanzadora que resulta provoca que incluso te plantees en dejarla de ver por lo dura que es. Gomorra es incómoda.

Otras razones no explican que se deje de lado una serie que tiene todos los componentes para dejarte prendido a la pantalla: relaciones familiares conflictivas, luchas de poder, traiciones, amores y desengaños. Recomendadísima.