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Voto de Sahar:
10
6,3
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Drama
Frederique, una lesbiana rica y de temperamento apático, recoge de la calle a Why, una joven artista callejera, y la lleva a vivir con ella a su casa de Saint Tropez. Durante algún tiempo son felices, pero en una fiesta Why comienza a sentirse atraída por Paul, un joven arquitecto que acaba seduciéndola. Frederique se enfurece y decide visitar a Paul para dejarle claro cuál es el precio de acostarse con Why... (FILMAFFINITY)
17 de septiembre de 2008
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Las ciervas” es la primera película de Chabrol propiamente “chabroliana”.
Turbia y turbulenta, narra la heterosexualización de una lesbiana, y la homosexualización de una heterosexual, de manera que los deseos de una y otra apenas llegan a coincidir.
Stéphane Audran, la primera gran musa del director, hace una de sus mejores interpretaciones como esa depredadora sexual ociosa y ricachona, dominatrix cotidiana acostumbrada a ser ganadora tanto en el juego como en el amor (es quizá la lesbiana más fascinante de la historia del cine, con permiso la Catherine Deneuve de “El ansia”).
Jacqueline Sassard, bellísima, tiene el triste papel de chica pobre, pintora callejera, cazada por la otra, usada y desechada… pero ya sabemos cómo se las gastan los personajes chabrolianos aparentemente perdedores y desvalidos…
Subterráneamente vislumbramos el tema de la lucha de clases (el uso y abuso de los ricos sobre los pobres: todo bien mientras sean serviciales, pero que no exijan demasiado), la mímesis y la dependencia afectiva, con celos que no se sabe muy bien “por quién” se sienten (tal vez ni los propios personajes lo sepan).
LO MEJOR: las dos “ciervas” (“biches” en francés, apelativo para referirse a las lesbianas), la gran enjundia psicológica (conviene un segundo visionado), la música.
LO PEOR: los secundarios (planos o sobreactuados).
Turbia y turbulenta, narra la heterosexualización de una lesbiana, y la homosexualización de una heterosexual, de manera que los deseos de una y otra apenas llegan a coincidir.
Stéphane Audran, la primera gran musa del director, hace una de sus mejores interpretaciones como esa depredadora sexual ociosa y ricachona, dominatrix cotidiana acostumbrada a ser ganadora tanto en el juego como en el amor (es quizá la lesbiana más fascinante de la historia del cine, con permiso la Catherine Deneuve de “El ansia”).
Jacqueline Sassard, bellísima, tiene el triste papel de chica pobre, pintora callejera, cazada por la otra, usada y desechada… pero ya sabemos cómo se las gastan los personajes chabrolianos aparentemente perdedores y desvalidos…
Subterráneamente vislumbramos el tema de la lucha de clases (el uso y abuso de los ricos sobre los pobres: todo bien mientras sean serviciales, pero que no exijan demasiado), la mímesis y la dependencia afectiva, con celos que no se sabe muy bien “por quién” se sienten (tal vez ni los propios personajes lo sepan).
LO MEJOR: las dos “ciervas” (“biches” en francés, apelativo para referirse a las lesbianas), la gran enjundia psicológica (conviene un segundo visionado), la música.
LO PEOR: los secundarios (planos o sobreactuados).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El comienzo es estupendo: esa elegante seducción lésbica resulta insólita y super-adelantada a la época (¡a buenas horas veríamos algo parecido en el cine español de los 60!).
Entre medias no todo es tan bueno, pero también hay momentos reseñables: la pobre Jacqueline Sassard paseando entre los trofeos de la cazadora Stéphane Audran, como si ella fuera uno más, y encontrando un puñal africano… o posteriormente cubriéndose con las joyas de la otra para soportar el dolor, mimetizándose con ella mientras se desquicia por el ninguneo y el abandono…
El final también brilla a gran altura, y viene a ser el reverso enfermizo e insano del comienzo: inolvidable el parlamento de Jacqueline Sassard (“ahora no es fácil marcharse, ahora que he conocido otra cosa…”), con esa música chabroliana, chunga… y esos magistrales, hitchcockianos planos del bolso que la despechada chica porta con inquietante bamboleo… “uy-uy-uy…cosa mala lleva ahí”, piensas.
Entre medias no todo es tan bueno, pero también hay momentos reseñables: la pobre Jacqueline Sassard paseando entre los trofeos de la cazadora Stéphane Audran, como si ella fuera uno más, y encontrando un puñal africano… o posteriormente cubriéndose con las joyas de la otra para soportar el dolor, mimetizándose con ella mientras se desquicia por el ninguneo y el abandono…
El final también brilla a gran altura, y viene a ser el reverso enfermizo e insano del comienzo: inolvidable el parlamento de Jacqueline Sassard (“ahora no es fácil marcharse, ahora que he conocido otra cosa…”), con esa música chabroliana, chunga… y esos magistrales, hitchcockianos planos del bolso que la despechada chica porta con inquietante bamboleo… “uy-uy-uy…cosa mala lleva ahí”, piensas.