Una cautivadora obra de silencios, de soledad, de apego y de recuerdos. Con una misteriosa y sutil historia, David Lowery nos enseña que jugando con el pensamiento se es capaz de escuchar nuestros miedos. Cuando escarbamos en nuestro corazón somos capaces de ver el anidamiento de nuestro sufrir. Cuando en la vida carecemos de algo, de algo viene. No podemos más que desarrollar unas acciones que llegarán a caracterizarnos por esas interioridades nunca expresadas. El guion es la suma de esas lagunas, de esas elipsis. Con un magistral juego, y arriesgado, de escenografía, el director nos introduce en el subconsciente de cualquier persona, que vive ese paso, esa soledad y ese miedo al olvido. Ese apego, esa materialización del amor, de la pérdida y de la frustración de la separación. No busquemos un tiempo real, busquemos unas sensaciones, unos miedos interiores que se expresan de la forma más visceral. Los protagonistas, con sus silencios, con sus pausadas y alargadas escenas y secuencias reproducen esa melancolía, esa relatividad temporal sin dejar de mostrar la disfuncionalidad de la metarrealidad. Un guion que se cierra con el juego espacio-temporal. Lo que nos une, esa realidad sensorial ubicada en nuestro apego al sentimiento o a lo vivido. En definitiva una reflexión sobre lo que nos une a lo material y su desvanecimiento en el 'tempo'.