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Ciencia ficción. Drama. Intriga
En un lugar de Rusia llamado "La Zona", hace algunos años se estrelló un meteorito. A pesar de que el acceso a este lugar está prohibido, los "stalkers" se dedican a guiar a quienes se atreven a aventurarse en este inquietante paraje. (FILMAFFINITY)
4 de julio de 2006
329 de 394 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stalker se desarrolla en el gran momento de creatividad del director ruso, los años setenta. Además, es la última que realizó en la Unión Soviética antes de emprender su exilio voluntario a Italia, como consecuencia de las continuas presiones que recibia Tarkovski en la URSS fruto de la gran abstracción que estaba adquiriendo su cine -recordemos que la productora de nuestro director era Mosfilms. Tanto el exilio como su creciente abstracción quizás tengan una expicación que intentaremos elucidar en lo que sigue.
Tarkovski fue haciéndose consciente de forma paulatina de las tesis cinematográficas de Vertov, según las cuales el cine es un arte que goza de su propia autonomía con respecto a otras artes como la fotografía, la música o la literatura. Este proceso se fue plasmando progresivamente en sus películas, de modo que cada vez más las imágenes se desvinculan de una referencia exterior como pudiera ser una trama narrativa, o un relato mitológico, es decir, su cine cada vez se hace más autorreferencial; la fotografía, los planos, la dirección de actores, los sonidos rítmicos (que no sólo música) señalaban más a sí mismos que a otra cosa, a sus propias condiciones de posibilidad dentro de la articulación conceptual que supone el montaje de una película. ¿Por qué procedió de este modo el ralizador ruso? Lo hizo porque asumió que esta especificidad cinematográfica debía de verse reflejada en ceder al espectador la obligación de construir él mismo el propio contenido semántico de las imágenes, y eso es, pienso, a lo que se refería Tarkovski cuando hablaba de “lo absoluto en la imagen”. Uno siente verdaderamente la necesidad de construir el contenido de cada película de Tarkovski en su interior cuando la ve, por eso, él se zafa de la posibilidad de haber hecho una película, sensible de error o acierto, sino que elabora la via para que nosotros la terminemos de realizar en nuestro interior. En este sentido, no realiza globalmente una película, sino que anima a los espectadores a que haga cada uno la suya; en esto radica para el realizador soviético la auténtica sinceridad que todo artista ha de tener para con la obra de arte, la de no involucrarse únicamente él en la misma.
Tarkovski fue haciéndose consciente de forma paulatina de las tesis cinematográficas de Vertov, según las cuales el cine es un arte que goza de su propia autonomía con respecto a otras artes como la fotografía, la música o la literatura. Este proceso se fue plasmando progresivamente en sus películas, de modo que cada vez más las imágenes se desvinculan de una referencia exterior como pudiera ser una trama narrativa, o un relato mitológico, es decir, su cine cada vez se hace más autorreferencial; la fotografía, los planos, la dirección de actores, los sonidos rítmicos (que no sólo música) señalaban más a sí mismos que a otra cosa, a sus propias condiciones de posibilidad dentro de la articulación conceptual que supone el montaje de una película. ¿Por qué procedió de este modo el ralizador ruso? Lo hizo porque asumió que esta especificidad cinematográfica debía de verse reflejada en ceder al espectador la obligación de construir él mismo el propio contenido semántico de las imágenes, y eso es, pienso, a lo que se refería Tarkovski cuando hablaba de “lo absoluto en la imagen”. Uno siente verdaderamente la necesidad de construir el contenido de cada película de Tarkovski en su interior cuando la ve, por eso, él se zafa de la posibilidad de haber hecho una película, sensible de error o acierto, sino que elabora la via para que nosotros la terminemos de realizar en nuestro interior. En este sentido, no realiza globalmente una película, sino que anima a los espectadores a que haga cada uno la suya; en esto radica para el realizador soviético la auténtica sinceridad que todo artista ha de tener para con la obra de arte, la de no involucrarse únicamente él en la misma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Teniendo esto en cuenta, hablemos de Stalker. Esta película es la culminación, al menos en el resultado, de las tesis de Tarkovski. Con un desarrollo simple, se nos introduce en una historia muy sencilla: existe un lugar llamado La Zona, cuyo origen se desconoce y que tiene la propiedad de hacer cumplir los sueños de los que son capaces de llegar allí. Para ello se valen de unos personajes llamados “stalkers” que hacen las veces de guías o exploradores. La Zona es un lugar en el que las leyes normales de la física no son estrictas, sino que se obedecen al propio capricho del lugar. Es por ello que el idílico lugar constituye un intrincado laberinto de trampas metafísicas (ausencia de causalidad o inversión de la misma en ocasiones) del cual sólo los stalkers pueden poner a salvo a los peregrinos. En nuestra película, el stalker es acompañado por un científico y un escritor (esto no es causal), que tras adentrarse en la zona comienzan un verdadero viaje hacia el interior de sus propios miedos, de sus incertidumbres y opacidades, de modo que finalmente desisten de entrar en el salón de los deseos por miedo a que se cumplan los mismos (la zona no cumplía cualquier deseo, sino los más profundos y ocultos de cada uno, los más anhelados por nosotros, y de los que a veces no somos conscientes).
¿Qué es la zona? La zona, ese enigmático lugar, tal y como al menos yo la entiendo, no es sino una metáfora hasta cierto punto involuntaria del cine de Tarkovski. Él, en una época de gran cuestionamiento estético de su cine abogó por este modo de referir su propio periplo estético a modo de relato metafórico en el que el escritor y el científico representan los polos epistemológicos a través de los que realizamos las categorizaciones de la realidad que agotan o constriñen al cine cuando se lo describe desde conceptos abstractos, es decir, desde relatos que no tienen como trasfondo la propia experiencia vital de cada individuo. Hablar de cine en esos términos es para Tarkovski cercar sus propias posibilidades en un discurso que ya no es cinematográfico. Por eso su Zona es libre de ser categorizada, de ser entendida, explicada de una vez y para siempre, por eso su zona es la aspiración metafórica de su cine, por eso el espectador es el stalker que puede adentarse en la zona sin ayuda, por eso el cine desde aquí habla plenamente de sí mismo.
¿Qué es la zona? La zona, ese enigmático lugar, tal y como al menos yo la entiendo, no es sino una metáfora hasta cierto punto involuntaria del cine de Tarkovski. Él, en una época de gran cuestionamiento estético de su cine abogó por este modo de referir su propio periplo estético a modo de relato metafórico en el que el escritor y el científico representan los polos epistemológicos a través de los que realizamos las categorizaciones de la realidad que agotan o constriñen al cine cuando se lo describe desde conceptos abstractos, es decir, desde relatos que no tienen como trasfondo la propia experiencia vital de cada individuo. Hablar de cine en esos términos es para Tarkovski cercar sus propias posibilidades en un discurso que ya no es cinematográfico. Por eso su Zona es libre de ser categorizada, de ser entendida, explicada de una vez y para siempre, por eso su zona es la aspiración metafórica de su cine, por eso el espectador es el stalker que puede adentarse en la zona sin ayuda, por eso el cine desde aquí habla plenamente de sí mismo.