Hemos vuelto a un clásico, el siempre jugoso y suculento enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia, la guerra fría, el conflicto bélico de antaño transformado en conflicto económico, espías y agentes infiltrados que se dedican a teclear ordenadores y copiar datos. Esperaba más acción física, más lucha cuerpo a cuerpo aunque, con todo, los movimientos y sucesos presentados son efectivos y contundentes; Kevin Costner en su repetido papel de agente reclutador de la CIA y Kenegh Branagh haciendo de las suyas, en una interpretación que sólo él entiende -la dirección es algo que controla con más acierto y le da mejores resultados- más la destreza del protagonismo de Chris Pine como toque de tensión, intriga y adrenalina concentrado en unas pocas escenas de Moscú que ponen la guinda y el colofón a la evolución previa. En general es hábil y sutil en el cumplimiento de sus funciones con diálogos frescos y poco cargantes, una suavidad y actitud mansa en la exposición que evita cualquier complicación con escenas demasiado enredadas; de la trama ofrece pocas explicaciones de las que te enteras relativamente poco -idea general subyacente que apenas captas-, es la excusa y el pretexto para toda la operación, te vale el complot ofrecido o cualquier otro; el toque humano y afectivo es expuesto con delicadeza y finura sin llegar a mancillar una acción que debe ser la protagonista principal. Ofrece un poco de todo con corrección, elegancia y sabido cumplimiento del deber; gusta sin esfuerzo, agrada sin lamentaciones y entretiene sin apenas darte cuenta. No es un peliculón ni la mejor de su género pero tampoco es un filme nimio ni falto; con pocos ingredientes organiza una buena fiesta, ligera y amena, buena diversión sin malos rollos con momentos para la charla, la sonrisa, la emoción, el nerviosismo y mucho más sin agotamiento por el éxtasis pero tampoco aburrimiento por las ausencias; un agradable y placentero resultado medio.

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