Una sucesión de planos fijos, en los que a veces gente entra en campo o sale. Para contar una historia con una trama exigua, alargada a base de rodar casi a tiempo real. Para Díaz no existe la elipsis. Una trama en la que, a pesar de lo peculiar de los personajes, se adivina el desenlace.
Dicho esto, qué gran película, por la capacidad de análisis de los personajes, por la ausencia de retórica, por retratar sin cargar las tintas a la pobre gente. La actriz, espectacular, y John Lloyd Cruz, en el papel del homosexual Holanda hace un alarde de interpretación con matices, con pliegues.
Hay que echarles gana para aguantar con la misma historia cuatro horas. Pero lo que es innegable es que esto es cine cine.