Lo primero que te viene a la mente cuando descubres esta película palestina es preguntarte por el tratamiento que puede tener el conflicto armado entre israelíes y palestinos. Sin embargo, este conflicto solo es expuesto de forma superficial, y que podemos apreciarlo presenciando el entorno social de sus protagonistas, aunque desde mi punto de vista ello no menoscaba el interés que despierta la cinta.
La trama se enfoca en la consecución del sueño de un niño, ser cantante y hacer feliz a la gente con su voz. Sueño que, por otro lado, perfectamente puede ser el de un niño occidental, pero que al tratarse de un palestino de la Franja de Gaza convierte a esta película en especial. El camino hacia su logro no será nada fácil, pero Mohammad Assaf cuenta con un poderoso motor: cumplir la promesa que le hizo siendo un niño a su hermana Noor y la satisfacción personal de dar esperanzas a un pueblo palestino reprimido, aunque ello perjudique su salud física y mental.
Durante el desarrollo de la película podemos apreciar la forma de pensar del pueblo palestino; donde la mujer posee un bajo estatus social, la religión juega un papel fundamental en sus vidas, un estado de ánimo deprimido generalizado, pero que a pesar de todo ello cuenta con unos valores de solidaridad y lealtad fácilmente identificables.
Debo reconocer que la primera parte de la película me ha resultado más interesante y dinámica. El espectador recibe un gran impacto visual cuando la trama se sitúa en el año 2012 y observa la decadencia en la que se ha convertido una Gaza en ruinas. De igual modo, se echa de menos en este tramo de la película el personaje de Noor, pues es, en mi opinión, el que mayor fuerza desprende.