Esta es una peli de hierro, que ni Mark Wahlberg, con sus voluptuosos deltoides, consigue destrozar. Sin duda, ayuda la, tal vez injusta y prejuiciosa, fama de taraos sin cerebro que tienen los boxeadores. El caso es que la jeta de tonto de baba y la inexpresiva mirada del señor Wahlberg aquí quedan hasta bien. Siempre tiene la misma cara, lo mismo le estén dando una paliza, mire amorosamente a su chica o le pegue al punching ball.
Contrastando, tenemos a Christian Bale, todo un despliegue de aparatosa expresividad, tan exagerada como efectiva.

Los dos hermanos boxeadores pertenecen a una familia que sólo se podrá considerar normal si se la compara con Los Monster. Dan miedo, caray. Entre lo raros y lo feos, lo chabacanos y las oscuras intenciones que parecen albergar, te pasas la peli odiando a todo el mundo.

Pero, pese a todo, la armonía termina encontrando su sitio en esta historia. A mí el boxeo no me atrae, pero no sé qué tiene el cine pugilístico, que siempre lo encuentro atractivo.