Menudo personaje. El cine español ya tiene a su propio Nanni Moretti, es decir, un tío europeo que imita a Woody Allen. Y esto es algo que Daniel no trata de disimular, ya que se pasea por Madrid con un enmarcado poster de Annie Hall, al igual que Allen, en sus primeras pelis, se disfrazaba a menudo de su ídolo, Groucho Marx. Sin complejos.

Con una producción harto espartana, Daniel aprovecha la coyuntura de la crisis económica actual para contarnos la disparatada historia de un guionista que intenta vender un musical sobre la transición española y, de paso, reflexiona sobre las consecuencias del hacerse adulto y la devastación que este proceso suele ejercer sobre nuestros sueños e inquietudes de antaño.

En cierta medida, la peli de Daniel recuerda a aquel “El mundo es nuestro” de Alfonso Sánchez, sólo que en más relajada, mucho mejor hablada, y con un discurso satírico más certero y elaborado. Y sólo dura una horita, así que nunca llega a hacerse pesada, lo cual es una virtud impagable. Gracia no tiene mucha, pero bueno, nadie es perfecto.

Daniel hace una película optimista sobre la falta de ilusión. Denle una oportunidad, que el chico se lo merece.