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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
10
Intriga. Thriller. Drama. Romance En su primer viaje a Philadelphia, el pequeño Samuel Lap (Lukas Haas), un niño de una comunidad amish, presencia por casualidad el brutal asesinato de un hombre. John Book (Harrison Ford) es el policía encargado de proteger al chico y a su madre Rachel de quienes quieren eliminar a Samuel, unico testigo del homicidio. (FILMAFFINITY)
13 de octubre de 2020
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado mes de febrero celebré el quince aniversario de mi inscripción en FilmAffinity publicando una reseña sobre “Érase una vez en Hollywood”. Hoy, 13 de octubre de 2020, soplo las mismas velas por lo que se refiere a la primera crítica que publiqué en esta página, que dediqué a “Los comulgantes”, de Bergman. Desde entonces, con mayor o menor periodicidad, no ha habido un solo año en blanco y quiero festejar esta larga e ininterrumpida historia de amor escribiendo sobre mi historia de amor favorita de la historia del cine.

La cosa viene de lejos. Tanto la película, como la protagonista femenina, Rachel (la hermosísima Kelly McGillis) y su romance con el policía Book (Harrison Ford), ya me marcaron a fuego en su estreno en los cines y mi estreno en la adolescencia. Pero a diferencia de otros primeros y fugaces amores que el tiempo olvida, mi fascinación ha permanecido intacta, revisión a revisión, a lo largo de la edad adulta. En el último visionado, hace menos de un año, percibí con mayor clarividencia que nunca la delicadísima orfebrería fotográfica que ilumina el rostro de Kelly McGillis, así como su antológico recital interpretativo en primer plano. De una manera exquisitamente sutil, le basta una fugaz mirada o el gesto más levísimo para expresar toda una profunda gama de emociones y sentimientos. Durante el baile en el granero (vuelvo a mi lista de favoritos: en mi podio, la más sensual y erótica escena del cine, seguida del baile de la Novak y Holden en “Picnic”) hay un momento en el que la cámara efectúa una aproximación a la actriz, y ahí late, al ritmo de su respiración y como jamás se haya visto, la más pura representación del descubrimiento del deseo.

O después, cuando en una de las más bellas y pictóricas composiciones del film, ofrece mientras se baña su carnalidad ante los ojos de Harrison Ford (el cual ofrece a su vez, mi opinión, su mejor trabajo ante las cámaras). Permítanme en este momento divagar en un meandro personal: a pesar de las innumerables veces que he visto la película, he de confesar que en esta última, al llegar a dicha escena estaba absolutamente convencido de que Rachel aparecía completamente desnuda, cuando en realidad solo lo está de cintura para arriba. Esto demuestra hasta qué punto la memoria es capaz de crear el recuerdo de una imagen que nunca existió, pero que sin embargo expresa diáfanamente que la pulsión que el instante desata en mí es pareja a la que desata en el personaje de Book.

Y, por supuesto y como siempre, únicamente cabe aplaudir el maravilloso trabajo de puesta en escena por parte de Peter Weir, un cineasta de pura cepa visual que había demostrado con anterioridad en la fantástica (por género y por calidad) “Picnic en Hanging Rock” que sabe filmar lo intangible. Si Velázquez en “Las Meninas” pintó el aire, Weir en “Único testigo” filma el enamoramiento. Sin más. Fluyendo entre los fotogramas. Sin que los personajes tengan que pronunciar en ningún momento una sola palabra sobre él. Con la cámara siempre a la distancia adecuada, pudorosa y tímida cuando nace, o temblorosamente a flor de piel en el momento de máxima exaltación. O, en un desenlace que ya es historia para los estudiosos de la gramática del cine por la significancia del uso del plano-contraplano, los fondos y el silencio (qué lejos estamos de la anticuada e impostada artificiosidad del parloteo de Bogart en “Casablanca”) y que además, junto al de “Los puentes de Madison”, se convierte para mí en el más lirico, conmovedor y emotivo del romanticismo cinematográfico.
Quim Casals
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