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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Thriller. Drama Jackie Brown (Pam Grier) es una azafata de vuelo que necesita dinero y hace de correo para Robbie, un mafioso buscado por la policía. Un día es sorprendida en la aduana y acusada de tráfico de drogas y evasión de capital. Sólo podrá evitar su ingreso en prisión, si acepta una propuesta de la policía: ayudarles a llegar hasta Robbie. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2016
26 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ahora poco más de diez años, en mi primera reseña publicada en Filmaffinity, escribí a propósito de “Los comulgantes” que «si en Fanny y Alexander está todo Bergman por expansión de personajes y situaciones, aquí lo está por reducción a sus rasgos esenciales. De esta manera, la puesta en escena deviene una de las más concisas, depuradas y austeras de su autor». Aunque nunca creí que acabaría relacionando a Bergman con Tarantino, estas antiguas palabras se me antojan hoy pertinentes para contextualizar “Jackie Brown” en el seno de la obra del segundo.

Todavía con más claridad ahora que en el momento de su estreno, ya que disponemos de su obra posterior y sabemos qué caminos tomó, o mejor retomó, a partir del semifracaso comercial de este film, sin duda alguna inducido por todo lo que supuso “Pulp Fiction”, obra de culto generacional de su década. En su estreno me pareció mejor de lo que se decía, revisada ahora al cabo de los años, no dudo en considerarla como una de las más grandes cimas de su autor, probablemente junto a "Malditos bastardos" o “Kill Bill”.

“Kill Bill”, ante todo la primera parte, es casi una abstracción, la emoción estética de las imágenes en movimiento, la sinfonía audiovisual dirigida al éxtasis de la mirada. “Jackie Brown”, en cambio, nos arrastra al clasicismo de la historia contada sin prisas, con suma atención a la psicología de los personajes. Prima la introspección, y los diálogos beben en mucha mayor medida de la prosa de Elmore Leonard que de la pluma del director; de ahí que muchos echen en falta las típicas peroratas sobre temas banales, aspecto que por otra parte nunca ha sido el que más me atrae de su cine.

Es precisamente, no por la ausencia sino por la atenuación de determinados rasgos estilísticos, que regreso a lo expresado en el primer párrafo, para constatar que en este sentido, y a diferencia de otros pareceres, es así cómo la considero profundamente tarantiniana. Muchos directores se podrían haber hecho cargo de la adaptación de la novela, y algunos seguramente con grandes resultados, pero “Jackie Brown” acaba perteneciendo inexorablemente a su autor y a nadie más podría atribuirse.

Desde el primer momento y como siempre lo ha hecho, el gran demiurgo del espacio fílmico deja claro su poderío. Organiza nuestra percepción a su antojo para crear así un sentido. Nada más empezar, sentados en el sofá ante el televisor que emite la propaganda de armamento, creemos que en la habitación están únicamente Samuel L. Jackson y De Niro. Solo más tarde advertimos la presencia de Bridget Fonda, de quien importan más que nada sus miembros sirviendo bebida, o jugueteando con el pie, para que el director esboce al personaje y su relación objetual con los masculinos. En otro momento de la película, Jackie centrará la imagen, y será el movimiento de retroceso de la cámara la que la descubrirá ubicada entre los dos agentes de policía, fomentando con la abertura del plano la abertura a un nuevo significado.

Atenuados están también los escasísimos momentos de violencia, mostrados siempre con la cámara a distancia y de manera totalmente sorpresiva para el espectador. Su impacto, por ello mismo, es mayor que en otras obras llenas de insertos de carnes agujereadas y chorros de sangre. La música también es menos llamativa y excéntrica, pero tanto de manera diegética como extradiegética aparece en los momentos caros al proceder del cineasta de la forma siempre más efectiva posible. Ni está de más cuando está ni se la echa de menos cuando no está.

Tampoco necesita construir la narración en forma de puzle, ésta se desarrolla linealmente; no obstante, en cuanto decide jugar con el tiempo en los grandes almacenes mostrando la misma escena consecutivamente desde el punto de vista de cada personaje, no solo consigue una secuencia magistral, de las mejores que ha elaborado nunca, sino que trasciende ese carácter aparentemente lúdico. No es el artista alardeando de su capacidad, sino que aquello sirve de manera necesaria a la propia narración para recalcar las interrelaciones y el valor de las casualidades y las causalidades.

O el plano, finalmente, con qué concluye la película, y que en su longitud me recuerda al cierre de “El tercer hombre”. Tras el último visionado me preocupé de cronometrarlo y dura prácticamente un minuto. Se precisa una gran seguridad en uno mismo, una gran valentía escénica y también una enorme confianza en la capacidad expresiva de la actriz, que sin duda alguna ésta devuelve con creces, para tal mantenimiento.

Ese último plano sostenido, sosegado, reflexivo, melancólico, podría ser un símbolo de la película entera, pues permite al espectador el espacio necesario para la catarsis, y emocionarse de la misma manera que pudo hacerlo con los rostros de Chaplin en “Luces de la ciudad” o de Cecilia en “La rosa púrpura de El Cairo”.

Esa emoción, finalmente, deviene el gran hecho diferencial de “Jackie Brown” con respecto al resto de su filmografía. Nunca sus personajes le han importado tanto en tanto que seres humanos, y nunca le ha importado tanto que el espectador se acercara y se adentrara tanto en los recovecos de su alma. La tentación del distanciamiento y de la vuelta de tuerca cínica siempre estaba al acecho, pero esta vez, o por una vez, Tarantino pierde el miedo a contemplar los más nobles sentimientos del ser humano.

Sí, “Jackie Brown” conmueve hondamente, porque sin hacernos notar en absoluto que nos está llevando hacía allí, finalmente nos conduce hasta el elegíaco paraje donde habitan las más bellas promesas de amor.
Quim Casals
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