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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
10
Drama Un director portugués contrata a un actor francés para una coproducción franco-portuguesa. El padre del actor, de origen portugués, murió pronto, de modo que el actor fue educado por su madre, que era francesa. Sin embargo, durante el rodaje, el actor empieza a recordar a su padre. Testamento cinematográfico de Marcello Mastroianni. Elegida por la revista Time como una de las mejores películas de 1998. (FILMAFFINITY)
5 de octubre de 2009
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manoel de Oliveira reflexiona en esta obra sobre el paso del tiempo y la búsqueda de las raíces, temas muy presentes en su filmografía, desde la esfera íntima ("Oporto de mi infancia") a la más amplia ("Una película hablada"), pasando por la historia de Portugal ("No, o la vana gloria de mandar").

Dos grandes bloques dividen el film. El primero tiene lugar mayoritariamente en el interior de un monovolumen donde viaja un pequeño equipo de rodaje en tierras portuguesas: un actor francés, hijo de un portugués que emigró, y que quiere visitar el pueblo natal de su padre y conocer a su tía (esta base argumental parte de la anécdota idéntica del actor francés Yves Alfonso durante el rodaje de "Las montañas de la luna"), el director (Mastroianni, llamado aquí muy intencionadamente Manoel), y dos actores locales. El propio Oliveira se reserva un "cameo" como chófer.

Este insólito decorado da lugar al plano que actúa como sencillo pero efectivo leitmotiv visual del film: la cámara se sitúa en la parte trasera del coche y nos muestra, en largas tomas acompañadas de una música atonal que rehúye cualquier sentimentalismo, la carretera que va quedando atrás (como dirían los antiguos, la forma crea el fondo). Y fomenta también una planificación donde el protagonismo recae únicamente en los rostros y en la palabra. En este tramo es el director Manoel quien se sumerge en sus recuerdos. Las breves paradas sirven para otear lugares que marcaron su infancia y juventud: los restos de un pasado que ya sólo la memoria —la palabra— puede invocar. El segundo gran bloque nos muestra al grupo en la visita a los parientes del actor y transcurre en la casa rural de éstos, un entorno atávico condenado a la extinción. Aquí, el lenguaje es al principio la barrera —la tía no puede entender que el sobrino no hable portugués— pero el ser humano sabe encontrar otras vías para la comunicación.

Nada más sucede en esta evocadora road movie inversa, sin embargo nada aburrida —hablo, claro está, desde mi percepción particular— e impregnada de momentos hondamente emotivos (el director ante un hotel ahora en ruinas, o el parlamento de la tía) donde la tristeza ante lo irrecuperable —Oliveira manifiesta su sabiduría al renunciar al flashback— no es nostalgia autocomplaciente, sino motor de conocimiento, dador de sentido de la propia identidad y renovado impulso (por eso finalmente podremos ver el coche con la carretera por delante).

Oliviera siempre busca la imagen esencial, en un sentido que me recuerda a esa sencillez que anhelaba Juan Ramón Jiménez ("lo conseguido con los menos elementos"). Así, en tres momentos la cámara se detiene en las manos: primero, las suyas propias, cogiendo unos prismáticos—; después, las de Mastroianni (es el cartel de la película), incapaz de alcanzar un flor sobre una rama. Por último, las del actor francés y su tía entrelazadas. Tres momentos, tres estadios, que condensan la significación y el recorrido de este viaje al principio del tiempo.
Quim Casals
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