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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Fantástico. Drama El Tío Boonmee sufre una insuficiencia renal aguda y decide acabar sus días entre los suyos en el campo. Sorprendentemente, los fantasmas de su mujer muerta y de su hijo desaparecido se le aparecen y lo toman bajo sus alas. Mientras medita sobre los motivos de su enfermedad, Boonmee atraviesa la jungla con su familia hasta llegar a una cueva en la cima de una colina, el lugar donde vino por primera vez al mundo. (FILMAFFINITY)
25 de marzo de 2012
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la tercera fue la vencida. Después de devolver a las bibliotecas "Síndromes y un siglo" y "Tropical Malady" sin haber podido sobrepasar los primeros quince minutos, con el film que nos ocupa no solo llegué al final sino que disfruté enormemente del trayecto. No me puedo considerar, por tanto, seguidor de Apichatpong Weerasethakul, pero sí declarar mi fascinación por esta hermosísima fábula que reúne a vivos, muertos y otros estadios inclasificables (y que me recordó, por su tono de serenidad naif, postreros trabajos de Kurosawa como "Los sueños de Akira Kurosawa" o "Rapsodia en agosto").

Solo la escena de la aparición nocturna durante la cena del fantasma de la esposa y el hijo convertido en hombre-mono, se me antoja —con su desarmante sencillez impregnada de belleza, ternura, gracilidad y humor— un rotundo hito poético que vale por docenas de películas enteras, en tanto que me produce la inenarrable y tan infrecuente sensación que algo está naciendo ante mis ojos, y ese algo se llama Cine.

Como Bergman, que nos mostraba a un señor de negro con la cara pintada de blanco diciéndonos que era la Muerte, y nos lo creíamos, es un momento dónde el director se la juega; tiene todos los elementos para generar rechazo o incluso burla y, sin embargo, me lo creo totalmente, dando lugar a la simbiosis entre mi ser y la representación fílmica: la pasmosa naturalidad de los personajes ante lo sobrehumano es exactamente la mía ante la película. Y con ella me dejo hipnotizar por el tránsito libre de otros momentos álgidos, como los del pez, el abrazo en la cama con el espíritu de la mujer, la cueva o el epílogo.

La figura de los hombres-mono punteando el relato (para mí, delicioso, genial hallazgo) nos sirve, también, como ejemplo claro para reflexionar sobre la universalidad inherente al arte: como ellos, hay mucho en esta obra —antropológica, social, política o filosóficamente— que sólo podrá ser captado en su justa medida por la cultura y mentalidad autóctonas; y, no obstante, la esencialidad del discurso —y con ella la posibilidad de emocionar— puede rociar a cualquier espectador de cualquier rincón del mundo.

La estilizada composición visual propone un constante equilibrio interno entre la horizontalidad y la verticalidad (a menudo troncos, la Naturaleza aquí se confunde con la escala humana) regalando placidez a la mirada y líneas de fuga hacia a una conmovedora espiritualidad, nada pomposa o solemne sin embargo. Y no solo a un nivel visual, cada plano también respira hondamente en su temporalidad (no entraré en el siempre falso debate acerca del aburrimiento, ya que las reacciones emocionales más básicas y menos pasadas por un tamiz cognitivo son las que son, y uno las siente como las siente y tampoco las puede ni debe elevar a categoría universal; por tanto únicamente puedo decir que en mi caso no me he aburrido en absoluto), con el ritmo puro y contemplativo de un cine reconciliado con la vida.
Quim Casals
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