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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
7
Drama Un hombre que duerme narra la peripecia de un estudiante que decide no levantarse de la cama el día de sus exámenes de Sociología, abandonar sus estudios, romper toda relación con amigos y parientes, y recluirse en sí mismo. Más tarde se dedicará a deambular incansable por París, a ir al cine, a leer los titulares de los periódicos, pero como lo haría un sonámbulo. Para el estudiante todo forma parte de una vaga estrategia encaminada a ... [+]
17 de enero de 2013
14 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este film al principio fue el verbo, en concreto el de Georges Perec en su novela del mismo título. Son palabras ciertamente bellas de un escritor al que lamento no poder leer en versión original, habida cuenta de los virtuosos juegos con la lengua francesa que jalonan su obra. Aquí la novela se caracteriza por estar narrada en segunda persona del singular, algo ciertamente singular.

Después la palabra se hizo carne, es decir, sonido (o mejor diríamos movimiento, siguiendo a Manoel de Oliveira, que nos cuenta que la imagen, como demuestra el dibujo, la pintura o la escultura, no depende del movimiento para existir, pero el sonido sí lo exige), mediante la voz en off —la única que escuchamos a lo largo del relato— a cargo de la actriz Ludmila Mikaël. Declama de forma hermosa, envolvente, como el narrador de "La Jetée" (observo ahora los paralelismos entre ambas obras) o el de "El valle Abraham" del nombrado Oliveira, de manera que aunque no comprendamos el idioma somos conscientes del pulido cincelado de Perec. Sin necesidad de escenografía, "El hombre que duerme" se podría transmutar en espléndido monólogo sobre un escenario.

Y, además de la voz, los sonidos de las cosas, hábilmente seleccionados y amplificados (el tic-tac de un reloj, un grifo que gotea, el tintineo de unas monedas...), más la música, cuando llega (buena y bien colocada), contribuyen de manera decisiva a crear una textura auditiva homogénea e inquietante.

Finalmente —el orden es importante, como veremos— llegó la imagen, con su centralidad absoluta en el mudo protagonista encerrado en su cerrado apartamento o deambulando por las calles de París (extrañas, con muy poca gente y coches). Es un bonito blanco y negro, donde destacan los elegantes travellings exteriores en muy diversas direcciones, que me recuerdan los movimientos de cámara de "El año pasado en Marienbad".

Sin embargo, en determinados momentos en que la imagen se limita a "ilustrar" explícitamente lo que la palabra dice (por ejemplo, un pasaje que narra el encuentro en una plazoleta del protagonista con un "viejo momificado") se revela contraproducente esa subordinación, ya que entonces es la propia palabra la perjudicada al negarle su poder de evocación. Curiosamente en el cine suele suceder a la inversa: todos tenemos en la cabeza escenas donde la imagen y la música expresan perfectamente una idea o emoción, y el empeño del director en hacer más "explícito" ese significado mediante un diálogo o una voz en off, lo único que consigue es romper el encanto.

Por fortuna, predomina la búsqueda de una imagen que "interprete" el relato preservando un cierto grado "autonomía", y es así que surgen destellos como la escenografía del piso con un famoso cuadro de Magritte (y que halla su reflejo en una escena posterior con espejos) y la forma espiral de la escalera, los interrogativos ojos del protagonista mirando a cámara (hay un par de momentos que nos trasladan directamente a "Un verano con Mónica"), la aproximación a la corteza de un árbol, la pica del lavabo envuelta en llamas, aquellas escenas donde se agudiza al máximo la saturación del blanco y negro hasta el punto que la imagen llega a disolverse (igual que la Torre Eiffel, que progresivamente desaparece) o el momento magnífico (28' 40'') de un travelling de retroceso en una calle desierta hasta que entra el cuadro el personaje avanzando hacia nosotros, lo que crea una extraordinario efecto de tensión entre fuerzas opuestas, o si se quiere de inmovilismo a partir del movimiento.

Es ahí, cuando la imagen acude como compañera fiel, pero no sumisa, que la película alcanza su mayor grado de depuración y poetización al conseguir que sus tres sucesivas capas (palabra, sonido e imagen) dialoguen fluida y cadenciosamente.

No estamos, en consecuencia, ante lo que habitualmente entendemos en el cine por adaptación literaria, sino más bien ante lo que podríamos llamar una suerte de "lectura cinematográfica" de un texto, en lo que resulta una experimentación francamente estimulante, digna de suscitar nuestro mayor interés.
Quim Casals
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