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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Drama Al enterarse de que su padre ha caído enfermo, Ángela (Maribel Verdú) y su hijo Guille van a verlo a la ciudad. Cuando llegan, Charo (Blanca Portillo), la amante de Leo, pone a Ángela al corriente de la situación ruinosa que atraviesa el negocio de su padre: un local en el que se alinean siete mesas de billar. Ángela decide entonces intentar sacarlo a flote. (FILMAFFINITY)
18 de abril de 2013
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias a la reciente lectura de un libro biográfico sobre Maribel Verdú he dirigido mi atención hacia un par o tres de películas que en su momento me pasaron por alto. Tras visionar “Siete mesas de billar francés” mi segunda reacción fue la de reprocharme no haber atendido hasta ahora al cine de Gracia Querejeta.

La primera y más inmediata fue saborear emocionado su efecto reparador para el alma, y comprobar cómo aquello que a Garci le gusta decir a propósito de lo que pretenden sus melodramas, que el espectador salga de la sesión sintiéndose mejor persona que cuando entró, aquí se logra de una manera asombrosamente sencilla.

Son varios los factores que convergen para el milagro. Por un lado la dirección, que uno podría estar tentado de considerar meramente funcional si no advirtiese que la invisibilidad, el no llamar la atención sobre sí misma para que nos adentremos de lleno en la historia y sus sentimientos, es también una virtud tras la que se oculta un gran control del tempo y de las distancias. Sobresalen entonces las compactas interpretaciones, donde puede hablarse de una Maribel Verdú que quizás nunca haya estado mejor. Y, a través de ellas, el magnífico guión que a partir unos conflictos dramáticos de base que fácilmente podrían dar lugar al tremendismo, consigue gracias a un humor repleto de muy graciosas réplicas el tono adecuado para que nos entreguemos sin reservas a unos personajes cercanos, creíbles, complejos y entrañablemente imperfectos, y decidamos que queremos convertirnos en sus compañeros de fatigas.

No están equivocados quienes consideran que la historia es predecible, y ciertamente uno intuye con relativa facilidad cómo terminará todo o se resolverán ciertas tramas. No me parece, sin embargo, que vayan por ahí sus pretensiones. En un momento dado, el personaje de Maribel Verdú apela a la famosa sentencia que lo importante no es la meta, sino el viaje mismo, y creo que de una manera que posiblemente sea deliberada define muy bien la voluntad de la propia película. Aquí no se busca la sorpresa, el giro argumental (en definitiva, el cine “de situaciones”), sino ante todo la profundización en el trayecto vital de los personajes: cómo poco a poco aprenden a ser conscientes de lo que menos les gusta de sí mismos y cómo gradualmente son capaces de encararse a ello y avanzar hacia la paz interior; y, sobre todo, constatar cómo esos cambios jamás habrían sido posibles sin la mutua interacción, sin el impulso y el apoyo de los unos hacia los otros. Dar y recibir. Cine humanista de reconciliación con lo mejor de nosotros mismos.

No me gustaría terminar sin un apunte quizá tangencial pero creo que no exento de interés. Independientemente del valor intrínseco y la calidad que pueden atesorar propuestas inspiradas en otros contextos fílmicos (Hollywood para los Amenábar o Bayona, el cine francés para ciertas obras de la saga de los Trueba y autores afines, etc.), y sin necesidad alguna de recurrir a los más manidos y a estas alturas ya casposos tópicos por todos conocidos, “Siete mesas de billar francés” se ejemplifica también como prueba fehaciente de la posibilidad de un cine español profundamente arraigado en todos sus niveles a la cultura y la sociedad de la que forma parte.
Quim Casals
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