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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Thriller. Drama Frank Sheeran fue un veterano de la Segunda Guerra Mundial, estafador y sicario que trabajó con algunas de las figuras más destacadas del siglo XX. 'El irlandés' es la crónica de uno de los grandes misterios sin resolver del país: la desaparición del legendario sindicalista Jimmy Hoffa. Un gran viaje por los turbios entresijos del crimen organizado; sus mecanismos internos, sus rivalidades y su conexión con la política... Adaptación del ... [+]
24 de noviembre de 2019
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El plano más recordado de “Uno de los nuestros” es aquel largo travelling de seguimiento del protagonista y su chica desde el exterior del Copacabana, cruzando por la cocina hasta la sala de fiestas, donde les preparan una mesa a pie de escenario. “El irlandés” arranca con otro plano-secuencia por los pasillos de una residencia de ancianos que desemboca en el primer plano de un decrépito De Niro, quien nos empieza a desgranar sus recuerdos. Es muy posible que se trate de un guiño de Scorsese para anunciarnos a partir de la rima visual que el espíritu y el contenido de esta película van a ser muy otros. Donde antes se enfatizaba la seducción del fulgor vitalista que únicamente aspira al poder y la opulencia formando parte del juego de la mafia, aquí partimos de alguien sin otro futuro que la espera lenta de la muerte, alguien que ya no puede ser uno de ellos sencillamente porque ya no queda ningún ellos de los que formar parte.

“El irlandés” nos instala en la soledad donde ya solo es posible echar la vista atrás, en la soledad temible de aquel que por primera vez en su vida no dispone de escapatoria para evitar reflexionar sobre sus propios actos. Me recuerda mucho a “El hombre que mató a Liberty Valance” en su tono elegíaco y confesional, en su evocación espectral (en este sentido hallo un paralelismo entre el hecho que allí Wayne y Stewart fueran mucho mayores que sus personajes en la época del flashback, más una “representación” que una visión naturalista, y que aquí ocurra lo mismo con De Niro, Pacino y Pesci, solamente con un maquillaje digital en el rostro que no puede disimular el peso de los años en sus cuerpos), y en tanto que ambas películas devienen finalmente gran crónica de motivos y momentos fundamentales de la historia de los Estados Unidos (véase en este caso la relación con los hermanos Kennedy).

Y, al igual que el Ford maduro cada vez más depurado en sus formas –como de hecho suele ocurrir con los grandes maestros del cine, o de una forma de entender el cine– nos encontramos con un Scorsese que, sin renunciar a la voluptuosidad visual que desprende cada uno de sus fotogramas y que es la marca indeleble que le caracteriza como cineasta, ofrece una mirada más reposada y serena, más “clásica” si se prefiere (y con la cual los fogonazos de violencia resultan en su sequedad expositiva muy impactantes), en la línea que ya evidenciara la anterior “Silencio”, con la que también conecta en el último tramo en cuanto a las inquietudes católicas sobre la redención, otra constante que impregna buena parte de su obra. Se ha establecido en este sentido un paralelismo con “El padrino III” que me parece muy atinado, y que en todo caso me arriesgo todavía a expandir a la trilogía entera de Coppola. Como aquella, “El irlandés”, forjada igualmente con una extraordinaria fotografía y una admirable combinación de épica e intimismo, revela finalmente su raigambre netamente shakesperiana, en la exploración de eternas pasiones (la ambición, la lealtad, la traición…) de la condición humana.

Y, naturalmente, también aquí nada resultaría posible sin un reparto de primerísimo orden. De Niro revive sus mejores virtudes tras deambular en los últimos lustros por demasiados productos menores donde se limitaba a exagerar sus muecas más reconocibles, mientras que Pacino no deja lugar a dudas de su entrega absoluta para sumarse al universo Scorsese. Por su parte, Joe Pesci, con un personaje en las antípodas del tipo matón, histriónico y psicópata de anteriores films –aquí un alto capo mafioso que en su posición no necesita alzar la voz– nos regala un recital interpretativo desde la intensidad de su penetrante mirada, desde la sutileza en los mínimos gestos e inflexiones, en la que es para mí la mejor interpretación de su vida.

Con el personaje de De Niro como punto nodal de la narración, me parece muy interesante el juego de relaciones que se establece con el resto. Joe Pesci es para él como una figura paternal, mientras que con Pacino, pese a que este es su jefe, acaba estableciendo una conexión de carácter fraternal, e incluso más bien actuando con él como un hermano mayor. En ese universo totalmente masculino y masculinizante, adquirirá sin embargo, en uno de los grandes hallazgos emocionales de la película, una importancia central la relación con una de sus hijas. Una relación prácticamente sin palabras, mostrada solamente en muy breves pasajes y cimentada en la mirada de ella, el ojo acusador de quien sabe y no se conforma con vivir haciendo ver que no sabe, la voz muda de la conciencia. El tormento tras el éxtasis.

Nos hallamos, en fin, ante una propuesta monumental que en mi opinión cabe ya considerar una de las más altas cimas creativas de Martin Scorsese, un director del cual, como ocurre con el resto de los que forjaron el nuevo cine americano de los setenta, llevamos años escuchando hablar de su decadencia por parte de viejos admiradores. Resulta evidente que no comparto esa impresión y me congratula especialmente que a día de hoy, tras cinco décadas de trabajo a sus espaldas, siga edificando joyas como esta con el mismo entusiasmo que el primer día.
Quim Casals
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