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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
7
Romance. Drama Jack y Julie, dos jóvenes de provincias, viven una bonita historia de amor en un pequeño apartamento de París. Como Jack trabaja como taxista por la noche, comparten el día juntos haciendo el amor. Su idílica relación se ve enturbiada cuando Julie conoce a Joseph, el que conduce el taxi de Jack durante el día, y empieza a encontrarse con él por las noches. (FILMAFFINITY)
9 de octubre de 2011
26 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sin cierto recelo efectué mi primera aproximación a Chantal Akerman, habida cuenta de la mítica asociada a su obra más famosa, "Jeanne Dielman…", como una de las películas más áridas de la historia.

Sin embargo, "Noche y día" —desconozco su grado de representatividad en el cine de la autora— aparece como una propuesta sumamente accesible, pequeña e irónica pieza de aires rohmerianos (más la suave gracilidad del Rohmer de las "Comedias y proverbios", a pesar que el punto de partida argumental, una mujer amando a dos hombres, remita a la estructura de los "Cuentos morales").

La mujer es Julie, que pasa los días haciendo el amor con el taxista nocturno Jack en un apartamento vacío y pasea sola por París durante las noches, hasta que su amante le presenta al conductor diurno del mismo taxi, Joseph, quién se convierte en el amante de noche de Julie.

Este mundo absolutamente cerrado de la protagonista —se niega sistemáticamente a tener teléfono y buscar amistades— es mostrado dualmente con una fotografía de tonos cálidos, que produce un efecto acogedor, pero con un marcado distanciamiento narrativo y emocional: una voz en off femenina en tercera persona puntúa continuamente el relato, los cuerpos se muestran con absoluto pudor, las relaciones sexuales son elípticas, los personajes a menudo hablan sin mirarse…

El guión en ningún momento transita por terrenos vodevilescos ni tampoco plantea personalidades antagónicas en los personajes masculinos. Para la protagonista, se trata más bien del deseo ingenuo de perpetuar una única situación edénica. Esto se muestra muy bien en encuadres de organización idéntica con cada amante, en cómo ella a veces confunde lo que ha dicho uno como si lo hubiera dicho el otro o, por ejemplo, en un momento donde la vemos salir a la calle con Jack y, en el plano inmediatamente posterior, ya está paseando con Joseph.

En este sentido, Akerman saca un gran provecho de un recurso muy típico en Bresson: cuando los personajes atraviesan un espacio (espacios casi siempre repetidos y filmados de igual manera: la escalera, la puerta del inmueble…) antes que entren en el plano por un instante se nos muestra el espacio vacio y, cuando salen del plano, la cámara permanece aún durante otro instante. La idea de transitoriedad y de rutina no puede estar mejor representada. Así, progresivamente la cinta va pasando de la armonía del lenguaje de los cuerpos a la confrontación verbalizada ante una situación inevitablemente insostenible, cuya desintegración encuentra también su visualización simbólica en un boquete que los personajes abren en un tabique del apartamento.

La ambigüedad significativa de esta imagen —el agujero tiene tanto de escapatoria como de dolorosa fractura— nos sumerge en una ambivalencia emocional donde el recorrido hacia la madurez y la asunción de la toma de decisiones vitales conlleva, como en la expulsión del paraíso, una melancólica e irreparable sensación de pérdida.
Quim Casals
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