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Voto de Iván Roldán:
7
Drama Trata sobre un abuelo y su nieto, perdidos en el fin del mundo de una Siberia deshumanizada, y rodeados de ladrones sin escrúpulos y perros salvajes, en mitad del crudo invierno ruso y prácticamente sin víveres para subsistir. (FILMAFFINITY)
13 de noviembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siberia, Monamour es la segunda película de Vyacheslav Ross, conocido como Slava Ross. Ganadora del Premio “Descubrimiento del año”, otorgado por la Academia Rusa de las Artes y Ciencias Cinematográficas en los Nika Award del 2012. Una película que versa sobre la naturaleza humana y el alma rusa propuesta por Gógol, Tolstói, o Dostoyevski (que bien puede aplicarse a todos aquellos lugares en donde se sobrevive, olvidados de la “mirada de dios”, y aún con fe en el prójimo). Un viejo y devoto ermitaño, un niño atrapado en un pozo, un capitán del ejército destruido por la guerra y ladrones, cual perros ferales, acechando en la taiga siberiana. Son algunos de los personajes de los cuales se sirve Slava Ross para estructurar un filme constituido de eventos dramáticos, cada cual más desmesurado y trágico que el anterior.

Sobrevivientes de un clima hostil durante una época aún más hostil. En el centro de la película encontramos a Leshia, un niño de 7 años que vive bajo el cuidado de su devoto, estricto y solitario abuelo; aburrido de la monotonía y autosuficiente, espera junto a su fiel compañero (un husky siberiano a medio domesticar) el regreso de su padre, quien partió a la guerra hace mucho. Aún consciente de la cruda realidad, Leshia no deja de ser un niño, imaginativo y lleno de esperanza, no en el dios de su abuelo, sino en la vida misma. Junto a ellos está el tío Yura, preocupado los visita y proporciona suministros, en contra del tempestuoso clima, de los perros que han devorado a más de un hombre, y de la desaprobación de su esposa. Paralelamente, en otra historia, observamos a un veterano de la guerra de Chechenia y a un joven recluta, enviados al pueblo Monamour por una prostituta para su disoluto y cruel comandante. El uno cansado y derrotado, el otro aún idealista. Juntos encontrarán en dicha prostituta un sentido de la vida, finalmente no todo es destrucción y muerte, también pueden proteger a alguien.

Ross aumenta la tensión conforme crecen las relaciones humanas (quebradas, torpes, adustas) hasta unificar las dos historias, no sin antes (y después), propugnar al espiritualismo más secular y la fe en la humanidad, a medida que hombres y animales se atacan implacablemente en un escenario en donde la locura, el hambre y el asesinato, son latentes amenazas. Una serena batalla entre la brutalidad y la salvación.

Un filme diferente con un final diferente. Con menos acción de lo que el trailer sugiere y plegado de clichés rusos melodramáticos y sin embargo, frío. Nunca deja de ser frío (la violencia es tan común que poco impresiona a nuestros personajes), apuntando hacia un final para nuestros huérfanos y parias de lo más surrealista. Un retrato no sólo humano, sino de una Rusia confusa y vapuleada, de una colonización que recordemos, no fue impulsada por la economía o su densidad poblacional, sino por circunstancias de huida.

A pesar de algunas carencias técnicas, la fotografía es excepcional, consiguiendo generar una atmósfera naturalista a través de sus paisajes helados y otoñales, así como desolada gracias a la decadencia de sus interiores y la caracterización de sus personajes silenciosos y de gestos estoicos ante la adversidad. También debo destacar su poca contundencia en los papeles protagónicos (esto suele ser negativo en el cine, aquí no tanto): el niño y su abuelo son los protagonistas, pero Ross se distrae (reduciendo intensidad en la historia principal ) con sus otros personajes, barajando más situaciones, quizá con el afán de reforzar su mensaje, y con ello, minimizando un poco el efecto emocional que podría causar en el espectador. No obstante, no deja de ser una buena opción del cine ruso más representativo.

Más reseñas en:
https://teatro-vandrian.blogspot.mx
Iván Roldán
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