Admito que estaba a un paso de desear la muerte de Dorothy a manos de la Bruja Malvada del Oeste. ¡Que pesadez de niña! Que cursi, que pavo, que amaneramientos más forzados, cuánto caramelo pastoso, empalagoso, azucarado y pegajoso. Con su «perrito», su «tiíta», su «tiíto» y su desesperante tontez, dan ganas de tirarla por la ventana de la casa en pleno tornado.

Luego, también es verdad, la muchacha mejora un tanto, por fortuna, especialmente cuando empieza a encontrarse a lo largo de su camino amarillo con los buenísimos personajes secundarios: el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León, un trío de lo más encantador y divertido que alegra la película. La historia de «El Mago de Oz» no es, a fin de cuentas, demasiado brillante, pero Victor Fleming se propone, y lo consigue, hacer una obra directamente para la mentalidad infantil, así que potencia los colores, el maniqueísmo, las canciones pegadizas, el lenguaje sencillo, el humor limpio y el final feliz.

¿Y los adultos? Pues los mayores nos daremos cuenta de que, sí, de que es para niños, y nos alegraremos un rato con el miedoso León y su lacito rojo, con las cursilerías de Doris y con la maravillosa «Over the Rainbow» en la preciosa voz de Judy Garland. Que portento de canción. Que alegría de película.