Hacer una crítica de «Una mente maravillosa» es repetir lo que ya he dicho otras veces en muchas otras películas de la última década, porque cae en todo lo malo que nos da el cine de nuestros días. El problema puede que no sea ni del propio Ron Howard, ni de los guionistas, ni de nadie implicado en el proyecto: quizás el problema sea, simplemente, que la época marca un estilo, y este estilo, el del año cero (incluso más atrás), es lo que es.

Apenas creatividad, mucha contención, emociones superfluas, argumentos sin conflicto, sin tono, sin atmósfera, sin algo de arte; todo se hace mecánico, se hace por inercia, se corta y se pega, mientras los actores tratan a toda costa de salvar lo que tienen entre manos. Ahí están Ed Harris, Russell Crowe (vaya profesor más sexy), Paul Bettany y, cómo no, Jennifer Connelly, actriz que quizá por ser tan inmensamente bella ha tenido un recorrido limitado en el cine. Si es que todos los hombres del mundo tendrían que estar enamorados de ella.

Es cierto que hay partes, las más dramáticas y que no voy a desvelar aquí, que se hacen más digeribles, aunque otra gran parte tienda al aburrimiento. Con todo el respeto que merece el personaje real, la película no llega ni por asomo a imbricar, mezclar, remover esa fina línea entre la paranoia, el genio y la cordura.

He estado a un paso de aprobarla, pero el Oscar pasa factura. La dejo en el 4.5, que ya es bastante.