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Voto de Marty Maher:
3
Thriller. Drama. Romance Corea, década de 1930, durante la colonización japonesa. La resuelta joven Sookee es contratada como criada de una rica mujer japonesa, Hideko, que vive recluida en una gran mansión bajo la influencia de su dominante tío. Pero Sookee está allí con un propósito secreto: ayudar a un estafador que se hace pasar por un conde japonés para seducir a Hideko y heredar después la fortuna de su tío. (FILMAFFINITY)
29 de noviembre de 2016
25 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado ya doce años desde que Park Chan-Wook se diera a conocer internacionalmente con Oldboy, la película más aclamada de su filmografía, ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Ahora llega a nuestros cines La doncella (The Handmaiden), una nueva historia de venganza que también tuvo su presentación en la Sección Oficial del festival de la costa azul francesa. Si hay algo en lo que coinciden los aficionados y detractores de su cine, es en que nos encontramos ante un provocador nato, un amante de la manipulación visual y narrativa con un estilo único e irremplazable.

La doncella supone la definitiva depuración estética, que no ética, de su cine. Tomando como punto de partida la novela Falsa identidad de Sarah Waters, el coreano desarrolla un ejercicio de estilo en torno al ámbito candente y erótico de temas como la dominación y la sumisión. El contexto victoriano de la obra de Waters pasa a ser la Corea de los años 30 en la película, en plena ocupación japonesa del país natal del cineasta. La joven Sooke es contratada como criada de Hideko, una dama aristocrática que vive bajo el yugo de un tirano sexualmente perverso en una gran mansión. Sin embargo, nada es lo que aparenta ser, y las imágenes se contagian del engaño al que se/nos someten unos personajes que buscan la supervivencia y el beneficio propio a cualquier precio.

La película respeta los tres actos de la obra literaria, y las sorpresas se suceden sin control desde que el primero de ellos (y sin lugar a dudas el mejor) llega a su fin. Lo que prometía ser un estudio con mayor o menor profundidad sobre la lucha de clases, los efectos de la colonización y el sometimiento de los personajes femeninos ante las despiadadas e hipócritas figuras masculinas, no logra trascender el simple, grotesco y estrafalario juego de manipulación que propone Chan-Wook desde las primeras escenas. Este juego de manipulación es entendido a nivel narrativo como un sinfín de piruetas virtuosas que, paradójicamente, consiguen cualquier cosa menos narrar. Entre continuos y mareantes movimientos de cámara (presten especial atención a unos horribles zooms de retroceso), las posibilidades de disfrutar con esta locura sin pies ni cabeza, superficial y sin más pretensiones que epatar al espectador con la falsa belleza de sus sobrecargadas imágenes (pese a todo, bellas en interiores e incomprensiblemente cutres y artificiales en exteriores), desaparecen de inmediato.

Como decíamos, la funcionalidad narrativa del virtuosismo en la dirección es cuando menos discutible, siendo clarividente al respecto la necesidad de que una engañosa voz en off marque en todo el momento el camino, incluso cuando son repetidos los acontecimientos que ya hemos visto desde una nueva perspectiva. Por lo tanto, la supuesta y pretendida belleza de las imágenes es un fin en sí mismo. La acumulación de planos detalle es inoportuna y no hace sino subrayar el destino de los personajes y los subsiguientes giros de guion, que tienden con mayor frecuencia al ridículo que a la sorpresa.

En la cinta se esconde un fútil e insignificante trasfondo feminista, en cuanto a la subversión de los roles de dominación/sumisión y a la pasión que subyace a la relación ama-sirvienta. Aunque son pocas las imágenes que arrojan algún tipo de significado que logre trascender el esteticismo de la propuesta, hay una que lo hace con contundencia: cuando la segunda parte de la película nos ofrece un nuevo punto de vista de una situación ya visionada y que creíamos controlada, es definitorio respecto a las intenciones del director que el único plano repetido sea el más vulgar y gratuito de todo el metraje. Así pues, el suave y mal entendido discurso a favor de la liberación de la mujer, tanto en el ámbito social como en el sexual, deja de ser tal en el momento en que la forma de filmar determinadas escenas responde a las fantasías sexuales de un cineasta que se siente realmente cómodo ofreciendo una mirada hipermasculinizada de la homosexualidad femenina; mientras lo erótico roza lo pornográfico, lo bello se vuelve vulgar.

La doncella ofrece un juego de ambigüedades y alianzas cuyas formas lo echan todo a perder, destapando así las carencias de un guion tan estúpido como superficial. Entre los pocos aspectos rescatables de la cinta, hay que destacar el conveniente uso de la ecléctica banda sonora de Cho Young-wuk, influido por los sonidos de Phillip Glass y por algunos trabajos de Hans Zimmer. Por otra parte, el trabajo de montaje consigue transmitir la fluidez buscada por el coreano, que con un poco de autoconsciencia podría haber creado un divertimento de calidad. No obstante, lo que queda es un ejercicio de estilo fallido y grotesco a partes iguales.
Marty Maher
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