Hacía mucho tiempo que no me reía tanto en el cine. Bueno, quiero decir, que no me reía tanto en el cine viendo un drama. ¿Y cómo llega un espectador a reírse a carcajada limpia en el clímax emotivo de un dramón francés?
Pues veréis. En mi humilde opinión, una película suele funcionar, primero, si tiene un buen guión. Suele ocurrir que un buen guión se vaya a la mierda con una mala dirección, unas malas interpretaciones... pero nunca un mal guión va a ser salvado ni aunque baje Dios a rodar y/o interpretar una película. Y que falle un guión ya no es sólo que falle la historia, es decir, que lo que te cuenten sea más o menos interesante, sino que el fallo de un guión es que, además, esa historia esté mal contada. En el caso de esta película nos enfrentamos a un serio problema de base: un mal guión montado con miles de escenas absurdas que van ganando en nivel de hacer flipar al espectador hasta explotar en un magnífico (increíble, en el sentido de: NO ME LO PUEDO DE CREER) clímax rematado por una preciosa estampa final cuanto menos vomitiva. Por lo tanto, por mucho que todo lo demás sea bueno (que tampoco es que sea una maravilla), la película no llega, no engancha, y mucho menos conmueve, con lo cual, aprovechas para reírte.
De lo peor que he visto este año. Ni siquiera merece la pena verla para disfrutar con sus fallos.