En euskara, "dardara" significa temblor y "dardarka" sería el gerundio simple, es decir, "temblando". Y es precisamente esa "k" que marco en paréntesis la mejor crítica que se le podría hacer a este documental: entras a ver temblores y sales temblando.
Lo que puede parecer el epilogo de una banda que nos obliga a la despedida, no es sino un recorrido por los temblores compartidos aunque diferentes que genera la música. Temblores que nos diferencian, pero que nos acercan. Que nos atraviesan, pero que en vez de rompernos, nos recomponen. Los temblores de la pua contra las cuerdas, del amplificador hacia el público, de los miles de cuerpos aliados en el movimiento, desde el mayor de los festivales, hasta el más pequeño y remoto de los gaztetxes.
"Dardara" consigue ser concreto y universal. Consigue, a través de una historia concreta (la de Berri Txarrak), interpelar a unos/as oyentes (los de Berri Txarrak) y a todos/as al mismo tiempo (los/as de cualquier otra banda y, si me apuras, a los/as creadores/as y consumidores/as de cualquier otra forma de arte). "Dardara" consigue demostrar que la música, incluso aquella escrita y creada en una lengua denostada y en un lugar olvidado puede ser hilo para quién quiera comenzar a tejer. Desafía las hegemonías estilísticas y lingüisticas de la industria musical y demuestra que, como leíamos a propósito de la despedida del grupo, la música es la cosa más importante entre las cosas no importantes.

Todos/as tenemos una banda sonora que nos acompaña y, llegados a este punto, solo puedo decir lo afortunados/as que somos de que Berri Txarrak haya formado parte de ella.