Los primeros cuarenta minutos son un compendio de secuencias ágiles, frescas, divertidas y cachondísimas donde reinventar la historia de Caperucita roja partiendo desde cierto punto, resulta un ejercicio de lo más gratificante y entusiasta.
Quizá la animación no sea de órdago, la texturización que ofrezca resulte floja y los fondos no sean nada del otro mundo, pero todo ello se olvida en pro de una divertidísima sucesión de momentos con bastante chispa.

A partir de ahí, aparece una laguna que nos recuerda que no es oro todo lo que reluce, y que mantener un nivel tan alto pasado cierto tiempo, es sumamente complicado, así que una cinta que había funcionado a la perfección con momentos de musical, risas e ingenio, mucho ingenio, se enzarza en un complicado último tramo del que, tras superar esos sobrantes momentos, se desembaraza con cierta soltura para concluir.

La identidad que se va ofreciendo a todos los personajes que pululan por la pantalla mientras todo transcurre, son tan sorpresivas y ocurrentes como el modo en que se van enlazando las tramas, unas con otras, hasta el punto de dejarlo todo bien atado, sin ni una sola fuga de guión.
Tampoco habría que dejar de pensar, como se obvia la infantilización de un producto al que nada bien le habría venido, además de dejar atrás cualquiera de los arquetípicos mensajes que se producen siempre en este tipo de cintas, y resolver con sobriedad e imaginación todos los conflictos que va concluyendo, y al final uno se queda con un sabor de boca más que bueno, pese a esos instantes de duda que hallamos a mitad del entramado pero que, prácticamente, al llegar a su conclusión, ya estaban más que olvidados.