Esta película es europea hasta la médula. Es de esas que saben como ser chocantes, turbadoras, extrañas e intrigantes cuando se lo proponen.

No, no les hablo de ninguna película de terror, ni mucho menos, aunque su horror sea uno mucho más cotidiano. El de ver aparecer una sombra conocida y desconocida, el de ver interceder en la cotidianeidad del día a día un ente desconcertante, que se mueve con seguridad. Ese es Frank, un personaje que aparece, de pronto, dicta unos cuantos parámetros, y logra que todo se tambalee casi sin proponérselo, sólo con su imperante presencia.

Ante él, Otto, un chaval que apenas levanta unos palmos del suelo. Influenciable y desconcertado ante esas apariciones, sólo puede continuar con la vista al frente, y seguir con la mirada los pasos del que parece, podría ser un mentor, aunque no vayan por ahí las cosas, ni mucho menos.

Holst retrata esa relación con temple e introduce paulatinamente situaciones que desmembran la trama y transforman lo que parecía un primer encontronazo en un constante de idas y venidas que levantan las suspicacias incluso del espectador, para desembocar en una conclusión preciosa, que se te aferra.

Todo ello, acompañado por una banda sonora espléndida y unas actuaciones que, sustentadas por unas caracterizaciones tremendas, que con un sólo gesto dan enormes referencias, y están compuestas con unas formas dignas de un film de etiqueta, dan la guinda a este imperdible trabajo.