"Pontypool" arranca desde una base tan cojonuda como atrevida: ¿como sería para el espectador vivir un asedio zombie y algunos desmembramientos sin verlos?, y a partir de ese momento, Bruce McDonald contando con la estimable presencia Stephen McHattie, que con un papel estupendo encandila al espectador bien pronto, encauza su propuesta y le da un tono adecuado y algunos dejes de lucidez que la ensalzan como una película con un arranque realmente encomiable.
Porque una cosa es tener una idea, pero otra es llevarla con pasmosa facilidad a la pantalla y, además, saber dominar con suficiencia el montaje y el tempo para que todas esas anécdotas que le llegan al personaje de McHattie no sean sólo eso, y pasen a reconstruirse en la cabeza del espectador, generando así un extraño halo de tensión que demuestra que el talento en muchas ocasiones es suficiente para llevar ciertas cosas a la pantalla.

Como alguna pega tenía que tener "Pontypool", sin embargo, cabría decir que aunque se logre un film bastante nivelado, su último cuarto, el momento en que hay que otorgar una resolución sólida, todo se les va de las manos a los guionistas: lo que tan bien había funcionado, se torna un desvarío en el que lo absurdo aparece y el empeño por trazar una especie de parábola que en una película como esta no pinta mucho, y todavía dice menos, termina lastrando una propuesta cuyo final resulta más o menos acorde con lo visto anteriormente, pero cuyos anteriores minutos la devaluan debido a las ínfulas de un guionista que siempre debieron ser mucho menores, pues si con un atrezzo tan reducido, un elenco tan bien encontrado y una cinta que se había movido a la perfección dentro de sus parámetros, decides sacarla de ahí para dar una vuelta de tuerca que poco o nada pintaba, al final sólo termina quedando el buen recuerdo de algo que pudo ser mucho mayor, pero realmente se quedó a un paso de serlo.