Cinco minutos bastaron para que mi retina empezase a chispear, cinco minutos de auténtico cine, una presentación de personajes como pocas veces he podido verla, hipnótica y deliciosa, concisa y brillante, acompañada de una excelente banda sonora e hilvanada a su introducción con delicadeza de auténtico artesano.

¿Ganadores o perdedores? No, no, no... nada de ello, "Little miss Sunshine" es, ante todo, una historia de superación, donde en la unión está la fuerza, donde el conjunto gana energía ante el individuo, donde cualquier cosa parece posible, incluso recomponer una familia que parecía rota gracias al esfuerzo mutuo, a las ganas de seguir adelante, de lograr un objetivo común y, sobretodo, de conservar esa ilusión, esa inocente ilusión encarnada por la dulce Olive.

Cada personaje, a su modo, llena la pantalla capturando, no sólo la atención del espectador, sino su corazón también. El embiste de Richard, la fuerza de voluntad de Dwayne, la sinceridad de Frank, la comprensividad de Sheryl y, en especial, el desparpajo del abuelo y la radiante energía que Olive desprende con cada uno de sus gestos.
Entre todos, logran divertir, maravillar, impresionar, hechizar, alegrar, emocionar, compungir e, incluso, agarrar al espectador, sacudirlo y dejarlo recogido en su butaca, observando con asombro y desgarro cada uno de sus gestos, cada una de sus palabras, cada una de sus miradas...

Y así llega uno al final de ese largo trayecto, cautivado por esa entrañable historia donde los pequeños detalles cobran máxima importancia, donde no hay uno sin dos, donde nadie queda al margen por mucho que sacrifique, y uno baja de la furgoneta apenado, esperando que ese entrañable viaje hubiese podido durar más y esperando, sobretodo, que la próxima vez sea todavía más largo, para no despegarse de esa magia y de ese fulgor ni un sólo momento, para ser un soñador más, para volver a encontrarse con sus sentimientos... como nunca antes lo había hecho.