En el país de los animales, los elefantes, impasibles e inamovibles, contemplan el paso de las embarcaciones surcando los vastos terrenos acuosos en los que se mueven, donde permanecen en un irreversible estado de reposo, alzándose como torres en cuya altura parece perderse el escarpado tejido del que están compuestos.

En el país de los animales, los guepardos se pasean con majestuosidad para, de repente, permanecer impávidos en alguna colina, rodeados de seres presuntamente invisibles, que están tan cerca de ellos que parece imposible que aparenten no percibir su presencia.

En el país de los animales, los aguiluchos vuelan sin temor y con convicción, tomando un rumbo fijo y pasando a través de extremidades que se balancean, que parecen prohibirles el paso mediante gestos fastuosos, pero ante las que siguen avanzando sin percatarse de la magnitud que podrían tener esos aspavientos.

En el país de los animales, las hienas observan con nervio y desconcierto gestos rápidos, moviendo con nerviosismo sus patas, y realizando difusos desplazamientos de un lado a otro, sin comprender exactamente ante qué están, ni como reaccionar.

Y tras todo, se esconde la armonía de unas imágenes que unen imperceptiblemente seres racionales e irracionales, bajo el yugo de una fotografía preciosa y minimalista, mostrando un universo donde todo parece fundirse bajo la claridad del mismo cielo, bajo la cristalinidad de la misma agua, haciendo que en "Ashes and Snow" se perciba el equilibrio y la concordia de dos mundos que, a día de hoy, nunca habría concebido unidos de esta forma. Ni de un modo tan bello.